TEMA 3.- LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MEDIA: LOS REINOS CRISTIANOS.

La Edad Media cristiana se caracteriza por la creación de núcleos de resistencia en el norte de la Península frente al avance musulmán. Estos minúsculos estados experimentarán un crecimiento demográfico que les llevará a iniciar un proceso de expansión territorial hacia el sur aprovechando la división de Al-Andalus. Este proceso expansivo, mal llamado reconquista, culminará en 1492 con la toma de Granada.

 

1.-  Los primeros núcleos de resistencia

El dominio del Islam sobre el territorio del reino visigodo de Toledo no llegó nunca a ser completo. En el norte peninsular había regiones apenas controladas por los musulmanes en las que aparecieron núcleos cristianos independientes. Toda esta zona, poblada por pueblos montañeses, agrupados en tribus, estaba poco romanizada y cristianizada. El Islam, por su parte, no se preocupó demasiado por la zona noroeste, a la que consideraba poco próspera económicamente.

 

1.1.- El reino de Asturias

El primer reino que surgió en la cordillera cantábrica fue el de Asturias: en el 722, un jefe local llamado Pelayo (probablemente astur, cántabro o incluso de origen visigodo) promovió una revuelta en la que derrotó a los musulmanes cerca de la gruta de Covadonga (Cangas de Onís, Asturias).

Posteriormente, la leyenda difundida en torno al acontecimiento presentó al reino astur como heredero legítimo del reino de Toledo, restaurador de la Iglesia e iniciador de la reconquista de España frente a los musulmanes.

El reino astur se creó en la parte oriental de Asturias. Alfonso I estableció su corte en Cangas de Onís y pronto amplió su radio de acción hacia el este (Cantabria, Vizcaya, Álava) y el oeste (costa norte gallega.

Durante el reinado de Alfonso II (791-842), la corte se trasladó a Oviedo. Este monarca consolidó el nuevo reino, conectando con la herencia visigoda, adoptando las siguientes medidas:

- Estableció relaciones con Carlomagno, rey de los francos y emperador de Occidente, reconociéndolo como su señor.

- Restableció la legislación visigoda, el Líber ludicum, que llegó a ser cono­cido a lo largo de la Edad Media como Fuero Juzgo.

- Organizó la Iglesia católica local con independencia del arzobispado de Toledo. Durante su reinado tuvo lugar el descubrimiento de la supuesta tumba del apóstol Santiago en Compostela.

 

1.2. La frontera entre francos y musulmanes

Otro gran foco de resistencia al Islam era el reino de los francos, que ya había detenido el avance musulmán en Poitiers en el 732. En el año 778 Carlomagno emprendió una expedición militar para controlar el valle del Ebro, que fracasó, pues no se tomó Zaragoza, y en su retirada por Navarra el ejército de Carlomagno fue atacado, probablemente por vascones, en el paso pirenaico de Roncesvalles.

Pese al fracaso militar, la influencia de los francos sobre la región de los Pirineos animó a los nobles de las llanuras y del valle del Ebro a intentar emanciparse del dominio islámico.

 

El reino de Pamplona

En el Pirineo occidental, la ciudad de Pamplona se rebeló en el año 799 contra el emirato de Córdoba y pasó a depender de la influencia del reino franco.

Sin embargo, los Arista, un clan de Pamplona aliado de los muladíes Banu Qasi de Tudela y Zaragoza, expulsaron a los repre­sentantes carolingios y se declararon vasallos del emir musulmán. Iñigo Arista sería el pri­mer rey de Pamplona (entre los años 810 y 820).

Para consolidar su independencia, el reino de Pamplona estableció alianzas con otros reinos cristianos, entre ellos el de Asturias.

Tras sufrir aceifas musulmanas, se produjo la caída de los Arista y el acceso al poder de la familia Jimena en la figura de Sancho Garcés I (905-925), que fortaleció el nuevo reino de Navarra extendiéndolo hacia el sur.

 

Los condados del Pirineo central

En el Pirineo central también se formaron, a principios del siglo IX, una serie de condados, situados en los altos valles, controlados por los francos: Aragón, Sobrarbe y Ribagorza..

Gradualmente, estos tres condados pasaron a manos de nobles locales como Aznar Galindo, que estableció una dinastía hereditaria en Aragón, en Jaca, en el siglo IX.

Sus sucesores intentaron mantener la independencia de los condados y ampliaron sus territorios, buscando protección frente a francos y andalusíes y acordando alianzas matrimoniales con los reyes de Navarra; estos acabarían anexionándose los condados.

 

Los condados catalanes

En el Pirineo oriental, los reyes francos se habían apoderado, después de varias expediciones, de Gerona (785) y de Barcelona (801). Dieron a esta zona el nombre de Marca Hispánica, por ser un territorio fronterizo. Administrativamente, estaba dividida en varios condados, como Barcelona, Gerona, Pallars, Rosellón, Cerdaña y Urgell, entre otros.

Los francos respetaron las leyes visigodas y la Iglesia, aunque impusieron la estricta obediencia al obispo de Narbona en lugar de al de Toledo.

Desde el año 878, un noble local, Wifredo el Velloso, conde de Barcelona, logró gobernar el resto de los condados. Tras su muerte, sus herederos se repartieron los territorios como si fueran un patrimonio personal.

Los condados, bajo la hegemonía del de Barcelona, fueron independizán­dose poco a poco del reino franco (que por entonces atravesaba una crisis). La caída de la dinastía carolingia (sucesores de Carlomagno) en el año 987 sirvió de pretexto al conde de Barcelona Borrell II para lograr la emancipación definitiva del reino franco (988).

 

2.-  El avance de los reinos cristianos

Los núcleos cristianos fueron ganando terreno a Al-Andalus y extendiendo sus fronteras hacia el sur a lo largo de un proceso discontinuo en el que solían aprovechar los momentos de debilidad del poder cordobés.

El avance cristiano coincidió, así, con tres acontecimientos clave:

- La desaparición del califato de Córdoba en la segunda mitad del siglo XI.

- El fin del Imperio almorávide a mediados del siglo XII.

- La desaparición del califato almohade en la primera mitad del siglo XIII.

Este proceso de expansión de los reinos cristianos peninsulares se ha denominado Reconquista.

Para algunos autores, la Reconquista se inició en el siglo VIII (cuando empezaban a formarse los primeros núcleos cristianos); para otros, en el XI, cuando los monarcas cristianos comenzaron a conquistar los territorios domi­nados por los musulmanes. Muchos historiadores, sin embargo, afirman que el término Reconquista tiene escaso rigor histórico, pues los reyes cristianos no tenían el propósito de restaurar la situación anterior al año 711, por lo que el avance de los reinos cristianos fue una verdadera conquista, y no una restauración del reino visigodo. En este sentido, el proceso de «reconquista» careció por completo de uniformidad, pues se sucedieron épocas en las que los reinos cristianos pagaban parias, se reconocían vasallos de los emires o califas o incluso se aliaban con reinos de taifas para combatir entre sí. En determinados momentos, coincidiendo con las invasiones norteafricanas, algunos reyes cristianos llegaron a unirse en coaliciones impulsadas por cierto sentido religioso: la cruzada contra el infiel. Sin embargo, no tardaban en ponerse de manifiesto las disensiones entre ellos, ocasionadas por sus propios intereses, que resultaban a la postre mucho más importantes.

En la relación de los reinos cristianos con Al-Andalus se distinguen clara­mente tres etapas: inferioridad de los reinos cristianos (siglos VIII-Xl), avances sobre los valles del Tajo y del Ebro (siglos XI-XIl) y hegemonía de los reinos cristianos (siglos XII-XIIl).

 

2.1. Inferioridad de los reinos cristianos (s.VIII-XI)

Las características más relevantes de esta etapa fueron las siguientes:

A lo largo de este período, y especialmente en el siglo X, la hegemonía de Al-Andalus fue clara, y todos los reinos cristianos sufrieron las aceifas de Abd al-Rahmán III y Almanzor, viéndose obligados a declararse vasallos del poder islámico de Córdoba y a pagar parias para evitar ser atacados.

Se produjeron, no obstante, modestos avances territoriales, a excepción del reino de Asturias (que pasará a llamarse de León), que avanzaba por una zona apenas controlada por los musulmanes.

En Asturias, los sucesores del rey Alfonso II extendieron el reino hasta el valle del Duero, una zona fronteriza amenazada por los saqueos y bastante despoblada. Como consecuen­cia, más que una conquista se produjo un proceso de creación y poblamiento o repoblación de ciudades y monasterios rurales. En esta época se ocuparon y repoblaron León (856), Oporto (868), Burgos (884), Zamora (893) y Toro (900).

El rey más activo en esta tarea fue Alfonso III (866-910), que aprovechó los disturbios civiles que vivía Al-Andalus por esas fechas. Sus herederos trasladaron la capital del reino a León, ya en la Meseta.

Además, a lo largo del siglo X, el reino asturleonés se enfrentó a dos importantes problemas: la rebeldía de los grandes seño­res laicos y eclesiásticos  y la adquisición de un poder creciente por parte de la nobleza leonesa, la de Galicia y, especialmente, de los condes de Castilla en la frontera oriental. Además, el reino de León sufrió disputas dinásticas casi continuas, sobre todo durante la segunda mitad del siglo X.

Con respecto a Navarra, el rey Sancho Garcés I llevó las fronteras del reino hasta el Ebro y ocupó Nájera (La Rioja). Además, Navarra se acercó mediante alianzas, a Castilla y a los condados del Pirineo central, y se anexionó el de Aragón durante el siglo X.

La culminación de ese proceso llegó con el rey Sancho Garcés III, de sobrenombre el Mayor (1004-1035), quien añadió Castilla a sus dominio gracias a la herencia recibida por su mujer, hermana del último conde cas­tellano. Sancho Garcés III se anexionó también los condados de Sobrarbe y Ribagorza gracias a los derechos dinásticos de su mujer (1025).

 

2.2.  Los avances sobre los valles del Tajo y del Ebro (S.XI-XII)

En una segunda etapa (entre mediados del siglo XI y mediados del XII) se produjeron varias circunstancias que permitieron la expansión territorial de los reinos cristianos:

- Los reinos de taifas, creados tras la destrucción del califato de Córdoba (1031), eran débiles militarmente y pagaron parias generosas a los reinos cristianos. Estos, a su vez, financiaron sus conquistas con los tributos reci­bidos de los musulmanes.

- Los reinos cristianos experimentaron un importante crecimiento demo­gráfico y económico.

Como consecuencia, estos últimos realizaron grandes avances a costa de Al-Andalus, aunque a finales del siglo XI la situación se equilibró debido a la invasión almorávide de gran parte de la península.

De nuevo otra invasión, la de los almohades, detuvo en el siglo XII la expansión de los reinos cristianos, restableciendo el equilibrio en la península durante algún tiempo.

 

La herencia de Sancho el Mayor

A la muerte del rey Sancho Garcés III el Mayor (1035), el antiguo reino de Pamplona fue dividido entre sus cuatro hijos: el engrandecido reino de Navarra fue asignado al primogénito, García; el condado de Castilla pasó a manos de Fernando; el condado de Aragón fue entregado a Ramiro (el hijo de más edad, aunque ilegítimo), y los condados de Sobrarbe y Ribagorza quedaron en poder de Gonzalo.

Pero en el 1037, Fernando derrotó a su cuñado, el rey de León. Al morir este sin des­cendencia, Fernando se convirtió en rey de Castilla-León (Fernando I, 1035-1065). Más tarde (1054) derrotó a su hermano García, rey de Navarra, que murió en el combate. Con ello, la hegemonía de Navarra se esfumó, pasando a ser un reino prácticamente vasallo de Castilla-León.

El otro hijo, Ramiro, se proclamó rey de Aragón (Rami­ro I), anexionó a su reino los condados de Sobrarbe y Ribagorza (ya unidos en uno solo), beneficiándose así de la muerte de su herma­nastro Gonzalo, asesinado en circunstancias extrañas.

A lo largo de este proceso se fueron perfi­lando los reinos de Castilla-León y Aragón, que se disputarían el control de la península.

 

El avance de Castilla-León

El rey de Castilla-León, Fernando I, divi­dió el reino entre sus hijos: Sancho recibió el reino de Castilla, y Alfonso, el de León. Ambos hermanos lucharon entre sí y, tras una década de enfrentamientos, Alfonso (Alfonso VI, 1072-1109) se quedó con todo el patrimonio familiar.

Se produce la hegemonía de Castilla-León siguiendo tres líneas de actuación:

- Expediciones de saqueo y castigo contra los principales reinos de taifas del sur de la península, a los que exigían el pago de parias a cambio de protección frente a otros monarcas, incluidos los cristianos.

Ello le permitió el control de nobles y clérigos, la colonización de las regiones fronterizas al sur del Duero, las llamadas Extremaduras y financiar un ejército más poderoso que el del resto de los reinos peninsulares.

- Conquista de nuevos territorios estableciendo la frontera en el valle del Tajo. Entre ellas destacan la toma de Coimbra (Portugal) en el 1064 y la de Toledo por Alfonso VI en el 1085, que permitía el acceso a los valles del Guadiana y el Guadalquivir.

- Anexión de La Rioja y los territorios vascos. Ya Fernando I, al derrotar a su hermano, el rey navarro, había extendido el reino hacia el este. Además, su hijo, Alfonso VI, y el soberano de Aragón se repartieron el reino de Navarra (1076) a la muerte de su rey: el núcleo antiguo del reino, en torno a Pamplona, quedó en manos de Aragón, mientras que las nuevas ane­xiones (Vizcaya, Álava, parte de Guipúzcoa y La Rioja,) fueron para Castilla-León.

La expansión permitió una intervención mayor de Castilla-León en el valle del Ebro, pero se vio interrumpida por la invasión almorávide. En este proceso, un guerrero castellano, el Cid, buscó y encontró fortuna en la zona.

La expansión se detiene con la llegada de los almorávides, que derro­taron en varias ocasiones a los ejércitos castellano-leoneses (Sagrajas, 1086 y Uclés (Cuenca),1108), pero no pudieron recuperar Toledo,.

En Castilla-León, a la muerte de Alfonso VI (1109) estallaron disputas dinásticas y rebeliones internas. Cuando su nieto, el rey Alfonso VII (1126-1157), consiguió restablecer la situación se habían producido algunos cambios:

- En la frontera oriental del reino castellano-leonés, la taifa de Zaragoza había caído en manos de Aragón.

- En la frontera occidental surgió el reino de Portugal, bajo Alfonso Enríquez (Alfonso I a partir de 1139), que desde hacía tiempo ejercía como conde independiente.

- En la frontera sur, el desmoronamiento del poder almorávide facilitó la expansión de Castilla-León a través del Campo de Calatrava (Ciudad Real) y Sierra Morena, y la conquista de Almería. Sin embargo, todos estos avances se vinieron abajo con la llegada de los almohades.

 

El nacimiento y avance de la Corona de Aragón

El reino de Aragón se había incorporado el norte del reino de Navarra, incluyendo Pamplona, en el 1076. Los soberanos establecieron su residencia habitual en Jaca, controlando el Camino de Santiago y los intercambios comerciales entre la península y el resto de Europa. Aragón disponía de recursos militares modestos en comparación con Castilla-León. Sin embargo, en su expansión se vio favorecido por tres factores:

- Establecimiento de relaciones al otro lado de los Pirineos (con los Papas de Roma, y la nobleza del sur de Francia), para disponer de tropas europeas.

- Mientras almorávides y castellano-leoneses se enfrentaban entre sí, los reyes aragoneses fueron ocupando fortificaciones a los pies de los Pirineos: el rey Pedro tomó Huesca (1096) y después Barbastro (1100). Su sucesor, Alfonso I el Batallador (1104-1134), conquistó el valle alto y medio del Ebro en una campaña fulgurante: Zaragoza (1118), Tudela (1119), Calatayud y Daroca (1121).

- Alianza con Cataluña. La unión entre Navarra y Aragón se quebró a la muerte de Alfonso I el Batallador (1134), ya que este, al no dejar heredero, legó el reino a varias órdenes militares. Sin embargo, los nobles navarros y aragoneses proclamaron a sus propios candidatos y el reino se dividió.

El reino aragonés pasó a manos de Ramiro II  el Monje, quien en 1137, prometió en matrimonio a su hija Petronila, de un año de edad, con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, de más de veinte. Este se hizo cargo del reino (ahora llamado Corona de Aragón) con el título de «príncipe».

 

2.3. La hegemonía de los reinos cristianos del Guadalquivir al Mediterráneo (S.XIII)

Hasta 1212, los avances cristianos fueron escasos debido a la amenaza almohade, a una nueva división de Castilla-León tras la muerte de Alfonso VII (1157) y al proceso de consolidación interna de los nuevos reinos, Portugal y la Corona de Aragón. Este último, además, tenía ambiciones en el sur de Francia que desviaron su atención hasta 1213. Esta etapa se conoce corno la de los «cinco reinos» (Portugal, León, Castilla, Navarra y la Corona de Aragón).

A raíz de la batalla de las Navas de Tolosa (Jaén) en 1212, se produjo el avance espectacular de Castilla, Portugal y Aragón.

Alfonso VIII de Castilla, que había intentado progresar hacia el sur (ocupó Cuenca en 1177), sufrió una estrepitosa derrota frente a los almo­hades en Alarcos (Ciudad Real, 1195). Posteriormente, logró formar un gran ejército con la participación de los reyes de Navarra y Aragón, diversas órdenes militares y tropas de caballeros y aventureros del otro lado de los Pirineos y les venció en las Navas.

Además, Castilla y León quedaron unidos definitivamente bajo Fernan­do III, rey de Castilla (1217) y de León (1230). Su padre, Alfonso IX de León, ocupó Cáceres (1227), Mérida y Badajoz (1230). Él mismo tomó el valle del Guadalquivir, comenzando en la zona alta del río (Andújar, Baeza y Ubeda, las tres en Jaén) y concluyendo con Jaén (1246) y Sevilla (1248).

El hijo de Fernando III, Alfonso, conquistó el reino de Murcia (1243) y, ya como rey (Alfonso X), Cádiz (1261), Huelva y Jerez. Castilla-León llegó a un acuerdo con Aragón para delimitar sus respectivas fronteras.

La expansión de la Corona de Aragón en esta etapa se debió a la actividad de Jaime I el Conquistador (1213-1276). Las conquistas más decisivas fueron las de las islas Baleares (1229-1235) y la región levantina: Valencia (1238) y Denia (1245).

Los reinos de Mallorca y de Valencia, sin embargo, recibieron leyes e ins­tituciones diferentes de las de Aragón y Cataluña. Estos avances convir­tieron a la Corona de Aragón en una potencia marítima que tendría, en el futuro, enorme influencia en el Mediterráneo.

 

3 Modelos de repoblación y colonización. La organización social

3.1. Una sociedad en formación; la repoblación de las llanuras (S.VIII-XI)

La sociedad de los primeros reinos cristianos era, por lo general, una socie­dad rural atrasada en la que existían ciudades muy pequeñas. Estaba formada mayoritariamente por pueblos montañeses, dedicados al pastoreo, poco romanizados, aislados del resto de Europa y muy dependientes de Al-Andalus.

En esta sociedad actuaron como factores dinamizadores la inmigración de mozárabes (que difundieron la religión cristiana, el latín y unas costumbres más romanizadas y arabizadas) y la colonización o repoblación de los territorios de las llanuras.

El proceso de ocupación de las tierras llanas fue lento y se centró en las regiones fronterizas, como la Meseta norte hasta el Duero o las regiones interiores de Cataluña (Plana de Vic). Como estas áreas estaban bastante despobladas, este proceso se conoce con el nombre de repoblación, la cual no solo consistía en la simple llegada de nuevos moradores, sino también en la organización administrativa de la zona reali­zada por el rey en colaboración con los nobles y la Iglesia.

Hasta el siglo XI, la repoblación fue espontánea, aunque se preferían áreas protegidas por guarniciones militares y fortificaciones.

La ocupación de la tierra se denominaba presura o aprisio, una fórmula jurídica que concedía la propiedad de la tierra al que la ocupaba durante cierto tiempo y cultivaba al menos una parte de la misma. Esta ocupación podía realizarla una comunidad de personas modestas, pero también los nobles, los clérigos y monjes y el mismo rey (o un conde en su nombre). Al principio, estos colonos eran en su mayoría personas libres que formaron aldeas (muy abundantes sobre todo en Castilla), en las que disfrutaban de ciertos recursos como bienes colectivos (pastos, agua, bosques...).

Sin embargo, poco después las familias más poderosas o la Iglesia amplia­ban sus posesiones y hacían que el resto de los colonos dependiesen de ellas. Muchas de estas personas buscaban, además, la protección de los nobles poderosos o de los monasterios.

 

La sociedad de los nuevos reinos estaba en un proceso de feudalización que culminaría en la península entre los siglos XI y XIII y tenía estas características:

- La Corte era ambulante y se desplazaba generalmente por la tierras de realengo, propiedad del rey. Los nobles eran guerreros con ejércitos y fortalezas privados y poseían tierras y aldeas que formaban parte de su patrimonio familiar. Igual papel jugaban los monasterios y los obispados.

- Las relaciones entre señores y siervos no eran homogéneas. Así, en Castilla León se practicaba el señorío de behetría, por la que campesinos libres escogían a un señor como protector y le rendían cuentas, aunque podían desligarse de el voluntariamente. En el interior de Cataluña las condiciones señoriales fueron más duras para los campesinos.

 

La economía era de subsistencia (los campesinos eran, además, artesanos) y el escaso comercio se basaba en el trueque. Los pagos se efectuaban en especie (sobre todo trigo) y hasta muy avanzado el siglo X no se emplearon monedas de plata, casi siempre de origen andalusí o franco.

En las regiones colonizadas se impuso, por lo general, una agricultura de secano, con predominio del cereal y de la vid. La técnica de cultivo más frecuente era la de año y vez.

La ganadería, a menudo estabulada, era, sobre todo, ovina y bovina.

Las ciudades eran de tamaño muy reducido, casi todas vinculadas a fun­ciones políticas y militares (Oviedo, León, Burgos...). Entre ellas destacaba Barcelona, ya que contaba con un importante puerto.

 

3.2. Una sociedad en expansión. Los modelos de repoblación y la colonización del Sur (s. XI-XIII)

A partir del siglo XI, la sociedad de la Europa cristiana experimentó una transformación caracterizada por el crecimiento demográfico, un mayor desarrollo económico y un gran dinamismo social. Este proceso continuó de forma ininterrumpida hasta el siglo XIII.

Los reinos cristianos peninsulares aumentaron también territorialmente: Castilla-León y la Corona de Aragón triplicaron su extensión. Las tierras recién conquistadas contaban con numerosa población musulmana y judía, ciudades de gran tamaño y una enorme riqueza agrícola en algunas áreas.

Como consecuencia, los procesos de colonización y repoblación de estas regiones fueron menos espontáneos, ya que en ellos intervinieron muy acti­vamente los monarcas.

Los instrumentos empleados para la colonización de las tierras conquistadas fueron los siguientes:

- Privilegios y fueros. Su objetivo era atraer a nuevos colonos para que se establecieran en la zona. Tal es el caso de las cartas pueblas o de pobla­ción, contratos colectivos que fijaban las condiciones para el cultivo de las tierras; los fueros locales, que determinaban los derechos de una ciudad o villa, y las cartas de franquicia, que concedían ciertos privilegios libertades y exenciones de impuestos y cargas militares a los colonos.

Los privilegios y fueros se otorgaron, sobre todo, en la repoblación de frontera o concejil, que se llevó a cabo entre los siglos XI y XII en las Extremaduras. También se utilizó en el siglo XIII en la colonización al Sur del Tajo y hasta Sierra Morena (La Mancha, Extremadura).

La expansión de los dominios de iglesias-catedrales como la de Toledo Cuenca, Coria y Plasencia, y la presencia de las órdenes militares (Calatrava, Santiago, Alcántara, Montesa) contribuyeron a la colonización de los territorios al sur del Duero, Extremadura y La Mancha.

Las órdenes militares dieron protección armada a las poblaciones asentadas en estas zonas y, además, obtuvieron extensas propiedades, castillos derechos sobre localidades enteras.

   - Capitulaciones.  Eran acuerdos o pactos locales con las poblaciones sometidas (musulmanes, judíos, mozárabes), especialmente en las ciudades A cambio, se respetaban sus leyes y costumbres, parte de sus propiedades y su libertad religiosa; se les imponía, generalmente, contribuciones especiales. También se fomentaba la partida de musulmanes: a los acomodados se les permitía vender sus propiedades y emigrar; a los modestos se les obligaba a vivir en barrios propios (morerías) o a trabajar como siervos en el campo. Este sistema de colonización se aplicó en el valle del Tajo, en Zaragoza y el valle del Ebro y en Levante.

- Repartimientos. Consistían en la distribución de bienes y tierras en lotes que efectuaba el monarca entre los conquistadores. Se aplicaron en la colonización territorial del siglo XIII, sobre todo en Baleares, el campo levantino, el valle del Guadalquivir y Murcia. Las condiciones impuestas a los musulmanes, sometidos a los nuevos señores, fueron mucho más duras que en etapas anteriores, y en todas estas regiones estallaron sublevaciones de mudéjares, es decir musulmanes bajo dominio cristiano, a lo largo del siglo, que acabaron convertidos en siervos o se los expulsó.

 

La transformación de la sociedad

El proceso de repoblación y colonización estuvo acompañado por una serie de transformaciones económicas y sociales de enorme importancia en los reinos cristianos de la península:

- Se produjo un crecimiento demográ­fico que facilitó la expansión territorial, la repoblación y la colonización

- Se amplió la extensión de la tierra destinada a cultivos. Se redujo la tierra dedicada a pastos y, partir del siglo XII, los grandes reba­ños, pertenecientes a señores laicos \ eclesiásticos, se hicieron trashuman­tes. Estos grandes propietarios de ganado se unieron en agrupaciones llamadas mestas, que posteriormente formaron el Honrado Concejo de la Mesta (1273).

- Modesto crecimiento de las ciudades debido, en parte, a la incorporación de las antiguas urbes musulmanas a los reinos cristianos y al desarrollo de las del camino de peregrinación  a  Santiago  de  Compostela.

El movimiento de los peregrinos animó la aparición de ciudades que albergaban a clérigos, guerreros, artesanos y comerciantes, entre ellos numerosos europeos (conocidos como francos). El núcleo de comerciantes y artesanos se hizo permanente en algunas ciudades y fue bautizado como burgo, y sus habitantes, como burgueses.

- La mayor dinamización del comercio, por el desarrollo del Camino de Santiago, el crecimiento urbano y el cobro de las parias por los reyes cristianos, que recibieron grandes cantidades de oro y plata y extendieron la moneda como medio de pago. A los mercados ordinarios se añadieron los extraordinarios o ferias anuales a partir del siglo XII.

- Aumentó considerablemente el poder y la propiedad de la tierra en manos de la nobleza guerrera. Esta nobleza había impulsado la expansión territorial, pues la guerra le proporcionaba botín, tierras, castillos y recompensas por parte del rey. Existían también nobles más modestos, infanzones e hidalgos, por lo general subordinados a aquellos, e incluso caballeros villanos, que eran simplemente guerreros plebeyos. Así mismo, se incrementó el poder, la influencia y las propiedades agrícolas de la Iglesia, especialmente del alto clero, es decir, los obispos y abades, que solían ser de familia noble.

- Disminuyeron tanto las propiedades como las libertades de los campe­sinos. Entre ellos se encontraba un grupo minoritario, los labradores propietarios (de haciendas o animales de labranza con los que podían cultivar tierras a cambio de pagar un arriendo) especialmente en las tierras de realengo (señoríos reales). La mayoría de los campesinos, aunque en teoría libres, no tenían tierras propias o animales de labor y dependían de los señores laicos y eclesiásticos: por lo general, cultivaban los campos del señor (tierras de señorío, solariegas, si pertenecían a señores laicos; de abadengo, si pertenecían a eclesiásticos) y pagaban rentas (en forma de dinero, en especie, realizando trabajos para el señor) por el uso de la tierra y de los bienes señoriales (molinos, hornos y lagares). Además, la mayoría de los campesinos dependía de la jurisdicción señorial. En algunos casos, no eran libres de abandonar la tierra ni de cambiar sus condi­ciones. Así ocurría en algunas regiones de Cataluña, donde debían pagar al señor una cantidad o remensa (payeses de remensa) para poder emigrar.

Por último, existían jornaleros que cobraban un salario por su trabajo: labraban las tierras del señor a cambio de parte de lo cosechado como pago. Al sur del Tajo eran frecuentes los yugueros o yunteros (que poseían una yunta o par de bueyes para labrar la tierra) y los quinteros (que recibían un quinto de la cosecha).

 

4 El despliegue cultural

4.1. La cultura

En los primeros siglos medievales, la cultura está monopolizada por la Iglesia.

Entre los siglos XI y XIII,  hay un despertar cultural fomentado por un doble estímulo:

  1. La apertura al resto de Europa occidental.
  2. El contacto más estrecho con Al-Andalus.

La culminación del desarrollo cultural fue la difusión en la Europa cris­tiana de la ciencia e ideas de la Antigüedad que Al-Andalus había atesorado.

Por su parte, el Camino de Santiago fue una vía de intercambio de información cultural por la que penetraron la arquitectura románica y la reforma eclesiástica, propagadas por las órdenes religiosas reformadoras procedentes de Francia: la Orden Benedictina reformada o cluniacense, con centro en la abadía de Cluny y la Orden Cisterciense, en la abadía de Citeaux, que elevó el nivel cultural de la Iglesia española.

Los tres núcleos culturales más importantes fueron Barcelona, el valle del Ebro (en torno a Nájera, en La Rioja, y Tarazona, en Zaragoza) y, sobre todo, Toledo, con la Escuela de Traductores, que llegó a su apogeo bajo el reinado de Alfonso X de Castilla-León durante la segunda mitad del siglo XIII.

Las literaturas castellana, gallega y catalana experimen­taron un notable impulso: durante el siglo XIII apareció el primer manuscrito en castellano del Cantar de Mio Cid (1207), Gonzalo de Berceo escribió diversas vidas de santos y poemas religiosos y Alfonso X sustituyó el latín por el castellano como idioma oficial. La lengua gallega adoptó forma escrita a través de la poesía con las cantigas, mientras que el mallorquín Ramón Llull escribió en catalán.

 

4.2. El Arte

El arte de los primeros reinos cristianos de la península ibérica prolongó las tradiciones visigóticas y romanas. Una primera muestra de ello es el arte asturiano. Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo y Santa Cristina de Lena son iglesias (a veces edificios reutilizados como tales) y restos de con­juntos palaciegos. En su construcción se emplearon bóvedas de medio cañón, arcos de medio punto y plantas basilicales de tres naves con ábsides rectangu­lares.

En el siglo X es característico en la península el arte mozárabe. Sus iglesias combinaban lo bizantino y andalusí con la herencia visigótica; empleaban arcos de herradura insertos en un alfiz, construcciones de una sola nave y gran variedad de plantas (de cruz griega, basilical, de cruz latina) y ábsides cuadrados. Algunos ejemplos son San Miguel de Escalada (León) y San Cebrián de Mazote (Valladolid).

El arte de los reinos cristianos peninsulares sufrió una profunda transfor­mación cuando, a partir del siglo XI, penetró (a través del Camino de Santiago y los Pirineos) un nuevo estilo procedente de Francia, el románico.

El estilo arquitectónico era nuevo: una nave central con dos laterales, ábsides semicirculares, planta de cruz latina con nave transversal, bóveda de cañón, arcos de medio punto, pilares, muros de sillería y pocos vanos (aberturas en el muro). En las construcciones románi­cas se incluían esculturas y relieves esculpidos y policromados con mucho detalle en capiteles, fachadas, pórticos y claustros (patios porticados de los monasterios). Destaca el carácter decorativo y pedagógico de esta escultura, dirigida a transmitir símbolos y conceptos simples a una sociedad analfabeta. La pintura mural completaba las construcciones decorando bóvedas, paredes laterales y ábsides.

El arte románico se desarrolló a lo largo del Camino de Santiago entre los siglos XI y XIII: entre la catedral de Jaca (Huesca) y la de Santiago se encuen­tran los monasterios de Santo Domingo de Silos (Burgos), San Martín de Frómista (Falencia) y San Isidoro de León; más al sur se levantan la catedral de Zamora, la vieja de Salamanca y la colegiata de Toro (Zamora).

En Cataluña se introdujo un románico de estilo lombardo, como el de las iglesias de San Clemente y Santa María de Tahull (Lleida) y el del monasterio de Ripoll (Girona).

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