TEMA 2.- LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MEDIA: AL-ÁNDALUS
El Islam (sumisión) nace Con Mahoma en Arabia. A la muerte del Profeta en el 632 toda la Península Arábiga está unificada y sus primeros descendientes (los Califas Perfectos u ortodoxos) extenderán las fronteras del Islam y la nueva religión a nuevos territorios (Egipto, Siria, Mesopotamia…) a una velocidad asombrosa. Bajo la dinastía siria de los Omeyas, en el 711 llegarán a la Península Ibérica.
  El término Al-Andalus nunca llegó a ser un concepto geográfico definido si no que fue variando a lo largo del tiempo en función del territorio dominado por el poder central. El uso del nombre se extendió desde su núcleo central -Andalucía- hacia las zonas o marcas bajo su dominio cultural y militar.

1. EVOLUCIÓN POLÍTICA

1.1 la conquista
En su expansión, los árabes pasaron a la península desde África a través del estrecho de Gibraltar, aprovechando las luchas dinásticas entre los partidarios del Rey Don Rodrigo y los hijos del anterior rey, Witiza. Estos llamaron en su ayuda a los musulmanes.
En Julio del 710, Tarif abu Zara desembarcó en Tarifa con pocas tropas para un reconocimiento. Le siguió Tariq en abril del 711, quien desembarcó en Gibraltar, derrotando a la vanguardia del ejército visigodo.
La conquista de la península fue organizada desde Kairuán (Túnez), la nueva capital islámica del norte de África, por el wali (gobernador provincial) Musa. Aprovechando las disensiones internas del reino visigodo, derrotaron a su rey, Rodrigo, en el año 711. A continuación, se dirigieron a Toledo con la intención de controlar rápidamente la totalidad del Estado.
La conquista y sometimiento de la península fue relativamente breve (711-715) porque las tropas islámicas no pretendían ocupar todo el territorio, sino controlar solo los puntos clave estableciendo guarniciones militares. Además, llegaban a acuerdos con la población local de las ciudades más importantes: respetaban su autogobierno, les permitían conservar la mayor parte de sus tierras y toleraban la práctica religiosa a cambio del pago de impuestos. Las ciudades que se resistían podían ser arrasadas y sus habitantes convertidos en esclavos.
En su avance, los musulmanes continuaron hasta el sur de Francia, donde en el 732 fueron derrotados por los francos en Poitiers. Como consecuencia, se vieron obligados a admitir los Pirineos como frontera natural con el reino franco.
El peso demográfico de los musulmanes fue muy escaso al principio, poco más de 10000, formados por una minoría de árabes y sirios y una gran masa de bereberes.

1.2. EL EMIRATO DEPENDIENTE (714-755)
En una primera etapa, el poder político fue asumido en Al-Andalus por un wali dependiente del califa (máxima autoridad política y religiosa del Islam) de Damasco. Para someter las áreas conquistadas, adoptaron las siguientes medidas:
- La ordenación del territorio en coras (circunscripciones en las que dividieron el territorio).
- La imposición de tributos a los habitantes de las zonas sometidas.
- El reparto de tierras a los guerreros, que a partir de entonces empezaron a residir en la península.
- La sustitución progresiva de los dirigentes de las ciudades importantes por gobernadores árabes.
- El establecimiento de la capital de Al-Andalus en Córdoba para reforzar el control del valle del Guadalquivir.
- La creación de tres áreas de carácter defensivo en las fronteras del territorio conquistado, en torno a Mérida, Toledo y Zaragoza, que se denominaron marcas inferior, media y superior.
Los musulmanes no prestaron atención a las tierras de la Meseta septen­trional ni a los pueblos montañeses del norte y los Pirineos, rebeldes y apenas romanizados, donde pronto surgieron pequeños reinos cristianos.
Otro grave problema que los conquistadores tuvieron que afrontar fueron los enfrentamientos étnicos entre los árabes, que dominaban el valle del Guadalquivir, y los bereberes, repartidos mayoritariamente por las marcas. Las rivalidades entre los dos grupos provocaron, entre los años 739 y 741, una guerra civil. A ellos se sumaron más adelante los sirios, enviados por el califa de Damasco para imponerse a ambos bandos.
Por las mismas fechas estallaron guerras civiles entre distintos pueblos islámicos tanto en el norte de África como en Al-Ándalus. Como conse­cuencia de estos conflictos, la mayor parte de los Omeyas fueron asesinados, y otro clan, el Abasí (descendientes de Abbas, tío de Mahoma) ocupó el califato (750), trasladando su capital a Bagdad (Irak). Un superviviente de la familia omeya, Abd al-Rahman I, se trasladó a Al-Andalus y se proclamó emir (príncipe) independiente del califato de Bagdad en el año 756, aunque reconociendo su autoridad religiosa.

1.3. EL EMIRATO INDEPENDIENTE (756-929)
Para consolidar su poder, Abd al-Rahman I tuvo que derrotar no solo al anterior gobernador de Al-Andalus, Yusuf, sino también a las tropas enviadas por los Abasí y, sobre todo, a los numerosos núcleos de oposición existentes en la península. A lo largo de más de un cuarto de siglo, logró someter Toledo, después Sevilla y, más tarde, Zaragoza. También tuvo que acabar con varias guerrillas bereberes. Sin embargo, no consiguió conquistar toda la península, ya que en el norte se habían formado pequeños reinos cristianos a los que el Islam fue incapaz de someter.
Abd al-Rahman I, que murió en el año 788, designó heredero a su segundo hijo, Hisham I, estableciendo así un sistema sucesorio que se mantuvo durante los dos siglos siguientes.
Entre sus sucesores destacaron Al-Hakam I (796-822) y Ahd al-Rahman II (822-852).
A partir del año 879, sin embargo, fue evidente la crisis del poder cen­tral del emirato de Córdoba: se produjeron numerosas revueltas locales y reivindicaciones continuas de independencia, especialmente durante los procesos de sucesión del emir o aprovechando la debilidad del gobierno de Córdoba. Estos conflictos tenían carácter urbano, promovidos por notables locales deseosos de mayor poder. A estas revueltas se incorporaron nuevos grupos sociales, como los muladíes y los mozárabes.
Uno de los principales focos de rebelión fue el valle del Ebro. Allí se había establecido una influyente familia muladí local, los Banu Qasi, muy poderosos, sobre todo, en Tudela y Zaragoza. En esta área, además, existía la amenaza del reino fronterizo de los francos, que se apoderó de varias ciuda­des al pie de los Pirineos (Gerona en el 795, Pamplona en el 799 y Barcelona en el 801). Otras ciudades en las que se produjeron frecuentes disturbios fueron Toledo y Mérida.
Las rebeliones fueron sometidas con dureza, como sucedió en Toledo en el año 797 durante la llamada «jornada del foso», por la zanja donde se arrojaban los cadáveres; o en Córdoba, con la represión llevada a cabo para sofocar las revueltas del arrabal de la ciudad (818), en la que se recurrió a la deportación en masa o a la crucifixión, pena infamante para los cristianos.
A  finales  del  siglo  IX  estalló  una revuelta,  encabezada  por Umar  ibn Hafsun, que presentaba características nuevas:   abarcó el  área  geográfica  de Andalucía oriental y tuvo ciertos componentes sociales de bandolerismo rural y montañés; se hizo eco de las protestas de minorías étnico-religiosas y contó con el apoyo de muladíes y obispos cristianos; tardó mucho en ser sofocada, y de ello se encargó el emir Abd al-Rahman III (912-961) en el año 928, cuando ya había muerto Ibn Hafsun.
Para hacer frente a los conflictos, los emires omeyas fortalecieron su poder militar, dotándose de un ejército a su servicio. Ya el emir Abd al-Rahman I comenzó a reclutar mercenarios, esclavos generalmente eslavos.
Estos soldados organizaban también aceifas, campañas de pillaje y saqueo en las tierras cristianas del norte, con la intención de conseguir botín y pres­tigio más que de conquistar territorios o cumplir el mandato de la yihad (guerra santa contra los infieles).

1.4. EL CALIFATO DE CÓRDOBA (929-1031)
En esta situación de inestabilidad, el emir Abd al-Rahman III se proclamó califa en Córdoba, en el año 929, lo que significaba que pasaba a ser líder político y religioso no solo de los andalusíes, sino también de todos los musulmanes. En el ámbito interno de Al-Andalus, puso de manifiesto que su objetivo era restaurar la unidad del Estado islámico: el año anterior había acabado con la revuelta organizada por Umar ibn Hafsun y posteriormente sometería las marcas fronterizas. El califato supuso, así mismo, la hegemonía de Al-Andalus sobre la península entera: los reinos cristianos del norte se convirtieron en tributarios y vasallos de Abd al-Rahman III a cambio de no sufrir las temibles aceifas. Con este gesto, además, el nuevo califa pretendía lograr que la cultura andalusí liderara el mundo árabe e islámico. Promovió un renacimiento artístico e intelectual que continuó su hijo y sucesor Al-Hakam II (961-976). Los centros culturales de Al-Andalus fueron Córdoba y la ciudad-palacio construida a partir del año 936 a las afueras de la ciudad, Madinat al-Zahra (Medina Azahara). En cierta medida, los califas lograron crear un Badgad político, cultural y espiritual en Occidente.
En el ámbito exterior, al autoproclamarse califa, Abd al-Rahman III no solo manifestaba su independencia política frente al califato abasí de Bagdad, sino que afirmaba la ortodoxia religiosa frente a otro Estado creado en el año 910 en Kairuán por los fatimíes o chiitas. Para demostrar su predominio, se apoderó de Ceuta, Melilla y Tánger, estableciendo un semiprotectorado sobre lo que hoy es Marruecos.
Tras la muerte de Al-Hakam II, los califas de Córdoba se mantuvieron en el poder de forma simbólica. Aprovechando la minoría de edad del nuevo califa, Hisham II, el gobierno efectivo pasó a manos del hayib o valido andalusí, Muhammad ibn Abi Amir,  Almanzor (el Victorioso).
El y sus dos hijos, que lo sucedieron en el poder, son conocidos como los amiríes y fueron los auténticos gobernantes del califato cordobés entre los años 976 y 1009. Algunas de las acciones emprendidas por Almanzor fueron las siguientes:
- Controló la Administración y el Ejército, imponiendo una dictadura militar.
- Se atrajo a los ortodoxos religiosos.
- Extendió los dominios de Al-Andalus por el actual Marruecos, ocupando la ciudad de Fez, y reanudó las expediciones de castigo contra los reinos cristianos del norte, como los saqueos de Barcelona y Santiago de Compostela en los años 985 y 997, respectivamente.
Tras la muerte de Almanzor en el año 1002, uno de sus hijos pretendió ser nombrado sucesor del califa Hisham II, lo cual le enfrentó a la dinastía omeya, a los dirigentes religiosos y al pueblo en general.
Como consecuencia, en el año 1009 estalló una revolución en Córdoba, durante la que los amiríes fueron asesinados. Hisham II fue obligado a abdi­car, eligiéndose a otro miembro de la familia omeya como califa; Madinat al-Zahra fue saqueada y destruida. Este fue el punto de partida de una guerra civil en la que se sucedieron vertiginosamente los califas nombrados por las tropas bereberes, los andalusíes de Córdoba y los mercenarios eslavos, mien­tras que las provincias y ciudades más importantes volvían a sus reivindicaciones autonomistas de antaño. Por último, en el año 1031 una asamblea de notables decretó en Córdoba el final del califato, acabando así con lo que era una mera ficción desde hacía décadas.

1.5. La dispersión y la resistencia: de los reinos de taifas al reino nazarí.
En el año 1031 se inició la etapa de los reinos de taifas («banderías» o «facciones»). Al-Andalus se dividió en un mosaico de pequeños Estados. En este período se distinguen tres fases: primeras taifas (siglo Xl), segundas taifas (siglo XIl) y terceras taifas (siglo XIII).

A.- Las primeras taifas (1031-1090)

Entre ellas cabe distinguir:
- Las controladas por los andalusíes locales: fue el caso de las tres marcas fronterizas (Mérida-Badajoz, Toledo, Zaragoza), Sevilla y Córdoba.
- Las creadas por los bereberes: eran las taifas situadas en torno al estrecho de Gibraltar (Algeciras, Málaga y Granada).
- Las dirigidas por eslavos, como las de la zona de Levante: Tortosa, Valencia, Denia, Murcia y Almería.
El desarrollo cultural, artístico y científico de las primeras taifas, casi todas estados ricos, fue muy elevado. Sin embargo, su debilidad militar e inestabilidad política eran considerables. Tuvieron que pagar parias (tributos) a los reinos cristianos que las amenazaban y exigir a sus súbditos impuestos. Estos primeros reinos de taifas desaparecieron cuando se conquistaron unos a otros (Córdoba fue sometida por Sevilla) o fueron ocupados por los cris­tianos (Toledo fue tomada en el 1085 por Alfonso VI de Castilla; Valencia, en el 1094 por el Cid, aunque luego la recuperaron los musulmanes).

B.- El Imperio Almorávide.

En este proceso, el reyezuelo Al-Mutamid, de Sevilla, para contener el avance cristiano, solicitó ayuda, en nombre de los reinos de taifas, a los almo­rávides, un pueblo bereber que había constituido un imperio en el norte de África, donde habían fundado Marrakech y conquistado Ceuta (1084). Atendiendo a la llamada, los almorávides desembarcaron en la península, derrotaron a Alfonso VI en la batalla de Zalaca o Sagrajas (Badajoz, 1086) y conquistaron todos los reinos de taifas entre los años 1090 y 1110 (toma de Zaragoza), reunificando de algún modo Al-Andalus.
El Imperio almorávide se presentaba como el restaurador del Islam tradi­cional y ortodoxo; practicaba la yihad o guerra santa contra los infieles y la fiscalidad primitiva islámica, según la cual los musulmanes pagaban muy pocos impuestos. Estas características hicieron a los almorávides, inicialmente, muy populares entre los líderes religiosos (ulemas), tanto en Al-Andalus como en el norte de África.
En unos años, sin embargo, los almorávides se encontraron con dificultades:
- En 1118 perdieron Zaragoza (que fue recuperada por los cristianos) y fra­casaron ante Toledo.
- Se vieron obligados a incrementar los impuestos debido a los gastos oca­sionados por el gobierno de Al-Andalus (ejercido desde África) y por el mantenimiento de un ejército de ocupación y una Administración. Esta medida provocó el descontento popular.
- Su celo en hacer cumplir la ortodoxia islámica les restó popularidad.
Fueron atacados, además, en el norte de África por otro movimiento reli­gioso bereber, el de los almohades, lo que hizo que descuidaran el control de la península. Como consecuencia, aparecieron las segundas taifas (1145-1170) y se produjo el desmoronamiento total del Imperio almorávide.

C.- Los almohades (1170-1220)

Los almohades («defensores de la unidad»), otro movimiento religioso bereber, procedían del actual Marruecos, pero eran aún más ortodoxos e intransigentes en lo doctrinal. De hecho, su líder, Abd al-Mumin, fue proclamado califa, y extendieron su dominio mucho más lejos, hasta Trípoli (1161), en la actual Libia.
Desde Trípoli los almohades se trasladaron a Al-Andalus, donde les costó bastante suplantar a los almorávides y someter las taifas peninsulares.
Los almohades establecieron su capital en Sevilla y se encontraron con problemas casi idénticos a los de los invasores anteriores:
Desde la perspectiva militar, fueron incapaces de frenar los avances cris­tianos, si bien obtuvieron ciertos éxitos iniciales, como el de la batalla de Alarcos (Ciudad Real) en el año 1195.
Desde la perspectiva política, no lograron integrar en un Estado a los andalusíes cultos.
Los almohades sufrieron una derrota en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), que sig­nificó el fin del califato almohade en Al-Andalus y en el norte de África.
Las terceras taifas (1220-1250), con reinos en Murcia, Valencia y Niebla (Huelva), fueron sometidas a lo largo del siglo XIII por los reyes de Castilla y Aragón.
Otros pueblos musulmanes intentaron de nuevo el asalto a la península. Este fue el caso de los benimerines (también bereberes), que formaron un Estado en el norte de África occidental, en torno a Marrakech. Llegaron a ocupar Ceuta y entraron en la península, pero fueron derrotados por los cris­tianos en la batalla del río Salado, cerca de Tarifa (1340).

d.- El reino nazarí de Granada (1237-1492)

El único Estado heredero de Al-Andalus que perduró en la península fue el reino de Granada (por establecerse en esta ciudad su capital), fundado entre 1237 y 1238 por Muhammad I, un miembro de la dinastía nazarí.
Este reino, que llegó a abarcar también Málaga y Almería, logró sobrevivir hasta 1492 frente al reino de Castilla, por una parte, y los benimerines del otro lado del estrecho, por otra. Para ello, los nazaríes emplearon la diploma­cia con enorme habilidad: cuando era conveniente se reconocían vasallos de Castilla, le pagaban parias o lo apoyaban militarmente contra otros reinos, cristianos o musulmanes sin distinción.
En otras ocasiones, el reino granadino se alió con los benimerines para defenderse de los castellanos, permitiendo que se establecieran en las fronteras pero evitando que se introdujeran en su territorio.
También hicieron tratos con Portugal, con Aragón o con cualquier pre­tendiente al trono de Castilla con objeto de crear divisiones en el seno de este reino cristiano.
Las características más destacables del reino de Granada fueron las siguientes:
- Constituyó un reino rico, con una elevada densidad de población. En él se refugiaron, además, los últimos andalusíes huidos tras la invasión cris­tiana de los territorios musulmanes, que también proporcionaron recursos económicos.
- Como último núcleo de resistencia musulmán logró gran cohesión inter­na y estabilidad.
- Recibió el legado cultural de las taifas y alcanzó altas cotas intelectuales y artísticas, especialmente en la etapa de mayor esplendor, durante los rei­nados de Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V (1354-1391).
No obstante, los nazaríes se encontraron con diversos obstáculos. Por una parte, cuando desapareció el poder de los benimerines perdieron una de sus más importantes bazas diplomáticas.
Además, la estabilidad política lograda en Castilla por la reina Isabel, y en Aragón por el rey Fernando, sumada a la alianza matrimonial entre ambos, impidió al reino granadino promover más divisiones en los reinos cristianos.
En esta situación, Castilla inició en 1482 una campaña militar contra Granada. En diez años cayeron las ciudades musulmanas, ayu­dados los soberanos cristianos por una crisis dinástica y una guerra civil que estallaron en el reino nazarí en aquellos años.
Boabdil, el último monarca de Al-Andalus, entregó la ciudad a Castilla en enero de 1492.

2. La organización social
La población musulmana que llegó a la Península fue escasa, no superando en total los 200.000 de un total de unos siete millones de habitantes. Lo que si se produjo fue una islamización de esa población


2.1. La diversidad étnica y religiosa

En la sociedad de Al-Andalus, aparte de los grupos sociales diferenciados por su nivel económico, existía una gran diversidad étnica y religiosa.
El grupo religioso dominante era el de los musulmanes. No formaban un grupo homogéneo ni cohesionado, ya que estaba integrado por:
- Los árabes procedentes de Oriente, llegados a la península desde el inicio de la conquista. Constituían la élite dirigente del Estado y de la sociedad islámica; eran muy minoritarios respecto a otros grupos musulmanes.
- Los bereberes del norte de África, que, aunque sometidos políticamente a los árabes, componían el grueso del ejército. Se establecieron en las tierras más pobres.
- Los musulmanes «nuevos» autóctonos o muladíes, es decir, los cristianos convertidos al Islam. Aunque la religión islámica predicaba la igualdad entre los fieles, los conquistadores disfrutaban de una posición de privile­gio. A medida que se convirtieron en un grupo mayoritario, los muladíes fueron reivindicando una mayor participación en el poder político y social.
Hacia el siglo XI, las tres etnias estaban ya muy mezcladas y arabizadas,
Junto a los musulmanes existían otros dos grupos numerosos: los cristia­nos que quedaron bajo dominación musulmana, llamados mozárabes, y los judíos. Ambos profesaban «religiones del Libro», es decir, basadas en la Biblia y la revelación monoteísta. Por ello, el Islam las respetaba y permitía que gozaran de cierta autonomía, libertad de culto, leyes y jueces propios.
No obstante, mozárabes y judíos debían pagar ciertos impuestos de los que estaban libres los musulmanes. En realidad, eran cultos tolerados, pero subordinados y considerados inferiores: no podían acceder a cargos de res­ponsabilidad política ni hacer proselitismo de su religión o poseer esclavos musulmanes. Les estaba prohibido manifestar cualquier tipo de superioridad sobre el Islam. A menudo, los no musulmanes recibían presiones para que se convirtieran a la religión islámica.
Algunos judíos lograron ocupar cargos públicos de relevan­cia, se integraron en las activida­des comerciales de las ciudades andalusíes.
Los mozárabes, por su parte, pasaron de ser el grupo mayoritario de la población a convertirse en una minoría marginal. Muchos decidieron emigrar a los reinos cristianos del norte para poblar sus ciudades, a las que aportaban nuevas técnicas artesanales y agrícolas y unas costumbres y un arte muy arabizados.

2.2.- Estructura social
La sociedad de Al-Andalus estaba formada por una clase dominante (Jassa), integrada pos la aristocracia árabe y las antiguas familias nobles hispano-romanas convertidas al Islam, que es la dueña de casi todas las tierras, de los grandes negocios comerciales y ocupa los altos cargos de la administración.
Habría una clase intermedia de pequeños comerciantes urbanos, una masa urbana de trabajadores y una clase social baja (Amma) formada por los muladíes y los mozárabes.

3.- ECONOMÍA
Fue muy floreciente, en contraposición con la de la España cristiana. Se integró en el marco general del comercio islámico, gracias al cual llegaron a Europa productos orientales preciados.

a.- La Agricultura
La economía de Al-Andalus se basaba fundamentalmente en la agricultura. Los musulmanes incorporaron a las técnicas agrícolas hispanorromanas importantes nove­dades:
- La intensificación y expansión del regadío, con el uso de las acequias para canalizar los recursos hidráulicos. Emplearon la noria para extraer el agua de los pozos y regar los campos.
El uso de estas técnicas permitió ampliar las superficies dedicadas a culti­vos de regadío, especialmente en los valles del Guadalquivir y del Ebro y en Granada, Murcia y Valencia. Como consecuencia, aumentó la produc­tividad de los cultivos y la densidad de la población en estas zonas.
- La vinculación de la agricultura a las ciudades. Los cultivos de regadío y las huertas estaban cerca de los núcleos urbanos, desde los cuales se dirigían las labores agrícolas. Sus productos abastecían a las ciudades.
- La introducción de nuevos cultivos. Los andalusíes trajeron o difundie­ron productos nada o poco conocidos en la península: arroz, frutales (albaricoque, palmera datilera, granada, cítricos: limón, naranja, pomelo), hortalizas (zanahoria, berenjena, alcachofa), caña de azúcar, azafrán, morera (para alimentar al gusano de la seda), algodón...
- Algunos sectores tradicionales intensificaron su producción, como en el caso del olivo. Se siguieron cultivando los productos de la tríada mediterrá­nea (olivo, vid, trigo), las legumbres y otros productos ya conocidos, pero la agricultura se hizo más variada y compleja.
Con respecto a la ganadería, fue muy relevante la cría de ganado ovino, orientada, sobre todo, a la producción de alimentos, más que de lana, ya que el cordero era la carne fundamental en la cocina andalusí. El ganado vacuno estaba en un segundo plano. La ganadería era, por lo general, trashumante y se localizaba, sobre todo, en las tres marcas fronterizas. La minería se revitalizó con respecto a la época visigoda, destacando el hierro y el cobre, además del mercurio de Almadén. También practicaron la caza y la pesca.

b.- Industria y Comercio
La artesanía adquirió una gran importancia en un mundo urbano como fue Al-Andalus. Destacan los talleres que producían artículos de lujo (marfiles, cueros, tejidos, brocados).
La incorporación al Imperio Islámico produjo un gran desarrollo económico, integrando a Al-Andalus en los circuitos comerciales orientales, a los que puso en relación con el resto de Europa. El control de las rutas de oro de Sudán permitió tener una moneda única fuerte, el dinar de oro y el dirhem de plata.
Las ciudades adquirieron una gran importancia, contrastando con la cristianas de la época, convirtiéndose en los centros industriales y comerciales, actividad que se realizaba en los zocos. Se fundaron ciudades nuevas (Murcia, Guadalajara, Albacete, Madrid…) y se revitalizaron otras (Córdoba, Sevilla, Zaragoza….). Córdoba alcanzó los 100.000 habitantes.
Urbanísticamente, las ciudades tenían planos irregulares, con calles estrechas. La parte antigua era la medina, presidida por la mezquita aljama, alrededor de la cual estaba el zoco o mercado. Más allá estaban las mezquitas de barrio y los arrabales (barrios extramuros, fuera de la muralla). En la parte más alta se situaba la alcazaba o palacio del gobernante.

4.- Organización política
A la cabeza del Estado estaba el emir o califa (depende de la época), que fue consolidando su poder, hasta convertirlo en absoluto (civil, militar y religioso).
El palacio era el núcleo de poder, donde residía una administración bien organizada copiada de Oriente. Los funcionarios más importantes eran los valís, o gobernadores provinciales, el Hayib o primer ministro, el Visir o ministro, los amires o jefes del ejército. El cadí era el encargado de la administración de justicia y el zalmedina de la policía.
Para pagar la administración se contaba con un elaborado sistema de impuestos. Los musulmanes pagaban el zaqat o limosna legal y los cristianos u judios el jarach y la chizya en concepto de protección.
El territorio de Al-Andalus se dividió en coras o provincias y en las zonas fronterizas se establecieron marcas.

5. El Pensamiento y las letras. El arte andalusí

5.1. Los  intelectuales de Al- Andaluz
La vida intelectual y artística en Al-Andalus alcanzó cotas muy altas res­pecto a la Europa medieval y al mundo islámico. Su ciencia, literatura y arte se inspiraron en modelos árabes de Oriente, junto a influencias de la filosofía y cultura persa y grecorromana.
A medida que se desarrolló, la cultura andalusí adquirió una originalidad importante, en particular en el período de las taifas (siglos XI-XIII).
La cultura andalusí ejerció también una gran influencia en los reinos cris­tianos peninsulares y en la Europa occidental cristiana.
Destacados intelectuales fueron Ibn Abd Rabbihi (siglos IX-X), Ibn Zaydun (siglo Xl) o Ibn Hazm (siglo Xl) en el campo de la literatura, Al-Idrisi (siglo XII) en geografía, Avempace; Maimónides; y Averroes, (siglo XIl) destacaron en el ámbito de la filosofía, o Ibn Jaldun (siglo XIV), el más prestigioso historiador árabe.

5.2. El arte. Mezquitas y palacios andalusíes

El arte de Al-Andalus presenta también rasgos originales dentro de la cultura islámica en la que se desarrolla. El culto musulmán no permitía la representación de imágenes humanas ni empleaba la música, lo cual redujo las posibilidades de las artes. Por ello, se trata de un arte muy abstracto, caracterizado por el empleo de la caligrafía, los dibujos geométricos y las fili­granas y por la estilización de las figuras animales. Las manifestaciones artísti­cas más desarrolladas fueron las artes decorativas y, sobre todo, la arquitec­tura. Algunos ejemplos de esta última son los siguientes:
- En la arquitectura religiosa destacaron las mezquitas, especialmente la mezquita aljama de Córdoba.
- Con respecto a la arquitectura civil, debió ser espléndida la ciudad-palacio de Madinat al-Zahra, construida por el califa Abd al-Rahman III en las cercanías de Córdoba.
De época taifal es el palacio de la Aljafería de Zaragoza (siglos XI-XII).
Pero, sin duda, el ejemplo más notable de la arquitectura civil andalusí es el palacio-alcazaba de Granada, conocido como la Alhambra («la roja»), que corresponde ya a la etapa nazarí (siglos XIII-XIV). También en Granada se encuentra el palacio y los jardines del Generalife, recreación de los jardines del paraíso en el que creen los musulmanes.
Las artes decorativas fueron otro ámbito, muy relacionado con la arqui­tectura, que destacó en Al-Ándalas. Sobresalieron la artesanía (metalurgia, orfebrería), los trabajos sobre cerámica (jarrones y vasos de la Alhambra), azulejos, bronce, acero, madera (muebles, techumbres), oro, plata (orfebrería) marfil (arquetas califales), así como los tejidos, tapices y las alfombras.
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