TEMA 1.- LAS RAÍCES. LA HISPANIA ROMANA

I.- PREHISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

1.- CONCEPTO
       La Prehistoria abarca desde el origen del ser humano, hace unos cinco millones de años, hasta la aparición de la escritura, hace unos seis mil años. Durante este periodo de tiempo tiene lugar un proceso de hominización que culminará en los seres humanos actuales (Homo sapiens) y que conlleva una serie de adquisiciones fundamentales para los homínidos de carácter físico (bipedismo y capacidad de lenguaje) y culturales (fabricación de utensilios, descubrimiento del fuego, ritos funerarios y las manifestaciones artísticas).
       En la Prehistoria se distinguen tres etapas:

  1. Paleolítico: va desde la aparición de los primeros homínidos hasta hace 10.000 años. Se divide en tres etapas: Paleolítico Inferior, Medio y Superior. Eran sociedades nómadas que se convirtieron en cazadoras-recolectoras, controlaron el fuego y fabricaron útiles de piedra tallada.
  2. Neolítico: se extiende desde 10.000 hasta 4.000 años. Aparecen las sociedades estables con los primeros poblados en Oriente Medio, la agricultura, la ganadería y la fabricación de objetos cerámicos y textiles. Surge una nueva técnica para la factura de los útiles de piedra, el pulimento.
  3. La Edad de los Metales: Subdividida por el metal dominante en tres periodos: Edad del Cobre, del Bronce y del Hierro. Los metales comienzan a producirse desde hace 7.000 años, pero se intensifican desde hace 4.000. Aparecen la rueda, la vela y el arado.

2.- PALEOLÍTICO
       La evolución humana ha sido un largo proceso que se inició en África hace unos cinco millones de años, con los Australopithecus, que desembocan en el género Homo. Será el Homo ergaster el que hace un millón y medio de años saliera por primera vez de África, hace 1,5 millones de años, para extenderse por Próximo Oriente y Asia, donde evolucionaría al Homo erectus.
       En Europa los primeros homínidos aparecen hace aproximadamente un millón de años, extendidos por las zonas más meridionales del continente, entre ellas la Península Ibérica, ya que en las tierras del norte el frío intenso y la escasez de alimentos dificultaban la vida.

2.1.- PALEOLÍTICO INFERIOR (800000-250000 a.C).
       Los restos más antiguos en Europa son los del homo antecessor encontrados en Atapuerca, en la sierra de Burgos. A este homínido le sucede el homo heidelbergensis con una antigüedad de unos 300.000 años, también estos restos se encuentran en Atapuerca. Posteriormente se dio el homo neanderthalensis muy parecido al hombre actual, hace entre 100.000 y 30.000 años aproximadamente. Esta evolución resultó truncada con la llegada de una nueva especie: el homo sapiens (Cromañón) del cual descendemos todos los hombres actuales y que aparece en la Península hace unos 40.000 años. Tanto el homo sapiens como el neanderthalensis son dos ramas que derivan del homo antecessor y convivieron durante unos 10.000 años hasta que el segundo se extinguió 30.000 años a. de C.

      La industria o cultura lítica más antigua que se conoce es la de cantos y rocas tallados sin una forma concreta (llamada pebble culture o «cultura de los guijarros»), obtenidos a partir ele un núcleo que se golpeaba para conseguir un filo cortante (por uno o por ambos lados). Las lascas con filo que saltaban al golpear las piedras se aprovechaban, a su vez, sin retocar. Existen restos de estos cantos en El Aculadero (Puerto de Santa María, Cádiz).
      La industria de los cantos tallados fue seguida por la Achelense, que presenta como elementos caracte­rísticos los bifaces, núcleos o lascas tallados por las dos caras (como las hachas de mano, apuntadas y de bordes convergentes), y los hendedores, con un filo recto en un extremo. Estos instrumentos, de gran tamaño, servían para cortar carne, preparar pieles y trabajar la madera y el hueso.
      Muestras de esta industria se encuentran en las terrazas de los ríos, por ejemplo, en el valle del Tajo, en Pinedo (Toledo); en el valle del Jalón, en Torralba-Ambrona (cazadero de elefantes, Soria), o en la depresión Guadix-Baza, en la Solana del Zamborino (Granada), y las terrazas de los ríos Manzanares y Tajo. Destacan los yacimientos Achelenses de Porzuna,

2.2.- PALEOLÍTICO MEDIO (250000 a. C.-33000 a. C).
      Esta etapa se asocia en el continente europeo a los neandertales y a la cultura musteriense, que poblaron Europa y el Próximo Oriente entre los 100.000 y los 30.000 años. Aunque tradicionalmente se han considerado como una evolución del Homo erectus, los descubrimientos en la Sierra de Atapuerca le han colocado como descendiente del Homo antecessor, con un paso intermedio: el Homo heidelbergensis.
      La mayor parte de su presencia en Europa coincide con la glaciación Würm, por lo que presentan una gran adaptación a condiciones climáticas duras con una gran consistencia física. Eran también cazadores-recolectores pero con estrategias más avanzadas de caza que les permitían atrapar piezas mayores. Su cultura material, conocida como Musteriense se caracterizaba por una mayor diversidad y especialización de los utensilios, como los raspadores y raederas, así como el desarrollo de nuevas técnicas de talla (técnica Levallois de útiles sobre lasca). Parecen haber desarrollado creencias de tipo espiritual plasmadas en posibles enterramientos, como el de Cueva Morín (Santander).
      La Península Ibérica cuenta con numerosos restos, destacando los dos cráneos de Gibraltar (los primeros documentados de este tipo humano), y los fósiles de La Carigüela (Granada), Banyoles (Gerona), y Cova Negra (Játiva).
      Tradicionalmente se consideraba al neandertal como el escalón evolutivo previo al Homo sapiens, sin embargo, en la actualidad se cuestiona su adscripción a nuestra línea evolutiva, situándolos en una línea paralela extinguida.

2.3.- PALEOLÍTICO SUPERIOR
      Esta fase se desarrolla en Europa desde el 35.000 hasta el 8.000 a.C. y está asociada al Homo sapiens u Hombre de Cromagnon.
      Según las últimas teorías, el Homo sapiens no evoluciona a partir del Homo neandertalensis, sino que surge en África hace 160.000 años y desde allí emigra hacia el resto de los continentes. En Europa convivirá durante algún tiempo con los neandertales, quienes paulatinamente fueron reemplazados por el sapiens moderno, hasta su completa extinción.
      La mayoría de los historiadores sostiene que llegaron a través de Asia por Ucrania y/o los Balcanes. Su entrada en la península se habría efectuado, así, a través de los Pirineos (la ruta pirenaica) y no cruzando el estrecho de Gibraltar, ya que no es probable que en épocas tan remotas nuestros antepasados dominaran la navegación. Además, los restos de indus­trias líticas encontrados en la península son similares a restos más antiguos hallados en el Próximo Oriente y en Europa oriental y central.
      El número de yacimientos del Homo sapiens es muy abundante lo que indica un aumento considerable de la población debido a una dieta más diversificada que incluía además de la caza y la recolección, la pesca y el marisqueo. Se constituían en grupos nómadas que ocupaban alternativamente zonas de caza con asentamientos estacionales junto a ríos y cuevas. Los animales dominantes en esta economía depredadora eran grandes herbívoros adaptados al clima frío de la última glaciación: bisontes, renos y uros.
      La industria lítica experimenta un proceso de mejora en las técnicas de fabricación, se diversifican los útiles, convirtiéndose en específicos para cada función y además comienzan a utilizarse materiales distintos a la piedra, como el marfil y el hueso. En este período se localizan en España, por orden cronológico, cuatro culturas: Perigordiense, Auriñaciense, la Solutrense y la Magdaleniense. Características de la última fase del Paleolítico Superior, el Magdaleniense, son las manifestaciones artísticas: arte mobiliar y parietal. El arte mobiliar está representado por plaquetas de piedra con animales grabados, objetos como bastones de mando o propulsores y estatuillas femeninas o Venus, aunque de estas últimas no se han encontrado en España. Destacan las placas grabadas y pintadas de la cueva del Parpalló, en Valencia. El arte parietal o rupestre se concentra en el sur de Francia,  la cornisa cantábrica española y en la costa mediterránea. Destacan las pinturas de las cuevas de El Castillo, Tito Bustillo y Altamira (Santillana del Mar). Las imágenes aparecen en lugares recónditos representando animales de especies diferentes (caballos, bisontes y ciervos, en su mayoría), sin componer escenas, sólo son  figuras aisladas, a menudo superpuestas. Raramente aparecen imágenes humanas. Sorprende la representación naturalista de los animales, casi siempre en colores rojo y negro, aprovechando los entrantes y salientes de techos y paredes para dotar de volumen a las figuras, como en el caso de Altamira. Existen diferentes teorías para explicar el significado de estas obras, como que las imágenes eran símbolos que reflejaban su visión del mundo, pero la más difundida es la que considera estas obras como parte de un ritual mágico para propiciar la caza de los animales representados.

3.- NEOLÍTICO

      Hacia el 9.000 a.C. finaliza la última glaciación y se inicia la fase climática actual. Los hielos permanentes se retiran hacia el norte y el Mediterráneo se vuelve más cálido y seco. En estos momentos y hasta el 6.000 a.C. surge el periodo denominado Epipaleolítico o Mesolítico, que se caracteriza por la pervivencia de la economía depredadora paleolítica, pero con una cierta presión demográfica al desaparecer los grandes herbívoros de clima frío. La forma de vida cazadora resulta cada vez más difícil para una población en aumento. Los objetos líticos sufren un proceso de microlitización  con el fin de adaptarse a los nuevos recursos disponibles: caza menor, pesca… Los principales yacimientos correspondientes a esta etapa se localizan en la región cantábrica, en la franja mediterránea y en la costa atlántica portu­guesa. Estas culturas eran aún cazadoras y recolectoras. Existen indicios (depósitos de conchas o concheros) de una explotación más intensa de los recursos marinos y de vida al aire libre. Desaparecieron los santuarios y el arte rupestre, mientras persistieron el arte mueble de tipo geométrico y los enterramientos rituales, como el hallado en Los Azules (Asturias).
      Surge el Neolítico con el crecimiento de la población y la disminución de la caza, que obligan a pasar de una economía depredadora a una de producción, basada en la agricultura y la domesticación de animales y con ellas la tendencia a la sedentarización. Este proceso, denominado Revolución neolítica por V. Gordon Childe, se origina en el Próximo Oriente y desde allí se extiende por el Mediterráneo, llegando a la Península Ibérica hacia el 5.000 a.C a las zonas del sur y del levante, como la Cueva de Nerja (Málaga) o la de Bocairente (Valencia) y progresivamente al resto.
      Los primeros cultivos eran de trigo y cebada, mientras que los primeros animales domesticados fueron el perro, la oveja, la cabra y la vaca. Se suceden las novedades técnicas, como el desarrollo de la pulimentación de la piedra y nuevos útiles líticos: azadas, hachas y molinos de mano. Pero sobre todo destaca la aparición de la cerámica a mano, esencial para el transporte, almacenaje y cocción de los alimentos.
      Los grupos humanos se hicieron sedentarios, por lo que se agrupó en comunidades, que formaron poblados, dando lugar a las primeras ciudades, siendo Jericó la más antigua. La sedentarización y el control de los excedentes alimentarios hicieron que los grupos fueran adquiriendo una complejidad creciente, apareciendo la división social del trabajo (jefes, guerreros, agricultores) y diferencias de riqueza y poder.
      Los yacimientos neolíticos más importantes y representativos se hallan en cuevas como las de Montserrat (Barcelona), de L'Or (Alicante), de la Sarsa (Valencia), Nerja (Málaga) y La Carigüela ( Granada).
      En Cataluña se han encontrado también enterramientos: sepulcros de fosa agrupados en necrópolis (cementerios organizados). Junto a los cadáveres, enterrados individualmente y casi siempre en posición fetal, hay un ajuar funerario, formado por numerosos instrumentos, ornamentos y vasijas, lo que revela la existencia de algún tipo de creencia en el más allá o de culto a los muertos.
      La manifestación artística característica de esta etapa es el arte rupestre levantino, que se localiza a lo largo de toda la fachada mediterránea y pro­vincias colindantes. Sus rasgos principales son los siguientes:
- Las pinturas se encuentran en lugares inaccesibles poco protegidos, a veces al aire libre y en sierras apartadas de la costa. Representan escenas completas con muchos personajes y emplean, sobre todo, pintura mono­croma y, en menor medida, la técnica del grabado.
- Se centran principalmente en la figura humana, dibujada de una manera bastante esquemática y poco realista. Los animales (jabalíes, cabras mon­teses, toros y ciervos) aparecen como figuras secundarias y, generalmente, como víctimas de una cacería.
- Abundan las escenas de la vida cotidiana: varones en actitudes belicosas, mujeres realizando tareas de recolección, danzas y ceremonias rituales. Estas pinturas podían recordar hechos significativos para la comunidad o bien tener un sentido mágico o religioso.
      Entre los numerosos ejemplos del arte rupestre levantino se pueden señalar las cuevas de La raña (Valencia), del barranco de La Valltorta (Castellón) o del abrigo de Cogull (Lleida).

4.- EDAD DE LOS METALES
      El uso de los metales supone un avance decisivo en el desarrollo cultural, a partir del 2.500 a.C., orientándose a la fabricación de armas para alcanzar la supremacía militar y después se elaboraron objetos de adorno e instrumentos de trabajo.
      El uso del cobre y del oro, metales difíciles de localizar, explotar y trabajar y, por tanto, muy caros, supuso un paso decisivo en la división del trabajo y en la diferenciación social de las comunidades calcolíticas peninsulares.
       El Edad de los Metales se divide en tres periodos:

  1. Edad del Cobre o Calcolítico: aún conviven útiles líticos con los primeros objetos de cobre.
  2. Edad del Bronce: el bronce es una aleación de cobre y estaño, de mayor dureza que el cobre.
  3. Edad del Hierro: el hierro es un material más resistente y abundante, pero requiere una tecnología mucho más avanzada.

4.1.- CALCOLÍTICO
      Los rasgos característicos de la Edad del Cobre son los siguientes:
- Se intensifica la agricultura, se adopta el regadío y el cultivo de legumi­nosas y se desarrollan la minería y la industria textil de la lana y el lino.
- Prolifera la construcción de monumentos de piedra o megalitos (literal­mente, «grandes piedras») que, por lo general, se destinaban a enterra­mientos colectivos.
      Destacan los dólmenes o sepulcros colectivos construidos con piedras de gran tamaño cubiertas por losas horizontales. Al exterior el conjunto se recubría de tierra formando un túmulo o colina artificial. Los principales dólmenes se encuentran en el sur, como el Menga (Antequera), el Romeral (Málaga). Los tholos y otros tipos de tumbas de corredor, habituales en el sur, como, por ejemplo, la cueva de Menga (Málaga), una galería cubierta larga y estrecha.
      Otros megalitos son los menhires o enormes piedras monolíticas situadas verticalmente en el suelo y los cromlech o círculos de piedras.
- Se crean poblados, algunos amurallados, cercanos a núcleos mineros o valles fluviales para su aprovechamiento agrícola.
- Existe ya un eficiente comercio a larga distancia de productos caros, exó­ticos y de prestigio (metales, marfil, ámbar, huevos de avestruz, cerámica de lujo), que relacionaba a las élites sociales de la península con otros puntos de la costa mediterránea y de Europa.
      El Calcolítico se extiende entre 2.500 y 1.700 a.C. La localización de minas de cobre en el sureste peninsular explica el origen en dicha zona de la primera cultura que utiliza este metal en España, la Cultura de los Millares (Almería).
      En el poblado de Millares destacan las imponentes murallas y las obras de fortificación, así como las viviendas circulares y las tumbas colectivas de cámara y corredor de acceso, además del desarrollo de una agricultura avanzada mediante el regadío.
      También a este periodo corresponde la Cultura del Vaso Campaniforme, cerámica junto a la que aparecen una serie de elementos metálicos que se repiten en los ajuares de las tumbas, como los puñales de lengüeta y puntas de tipo Palmella, que demuestran la existencia de unas élites sociales diferenciadas por su riqueza. Este tipo cerámico se difunde por toda Europa y en la Península destaca el yacimiento de Ciempozuelos en Madrid.
      Hacia el 2.000 se desarrolla en las Islas Baleares la Cultura Talayótica con grandes obras ciclópeas como los talayots o torres defensivas, las taulas o altares de sacrificio y las navetas, edificios rectangulares que servían de enterramiento colectivo.

4.2.-EDAD DEL BRONCE
      La Edad del Bronce en la Península Ibérica transcurre entre el 1.700 y el 750 a.C. A diferencia del cobre, el bronce no es un metal que se encuentre en la naturaleza, sino que se obtiene a partir de una aleación de cobre y estaño. Su dureza y maleabilidad superiores permitía usarlo en la fabricación de armas y herramientas a una escala mucho mayor. Los primeros útiles de bronce apa­recieron en la península en el litoral mediterráneo; junto con el cobre, el bronce y el oro, también se extendió el uso de la plata, que dio un impulso decisivo a la orfebrería. Son muy abundantes en España los restos de objetos fabricados con metales, como armas (puñales, espadas, lanzas), y adornos, como brazaletes, pen­dientes, fíbulas (hebillas), pesados torques (collares retorcidos) o diademas (generalmente de oro y plata). De esta cultura metalúrgica en expansión des­tacan los llamados «tesoros», como, por ejemplo, los de Caldas de Reyes (Pontevedra) o Villena (Alicante), que incluyen recipientes y vajillas de metal.

      Las culturas de la Edad del Bronce:
      Los núcleos más antiguos de la Edad del Bronce se ubicaron en las áreas que ya eran más prósperas durante el Calcolítico: el sudeste y el sudoeste peninsulares, que fueron también las que recibieron una influencia oriental más intensa a través del Mediterráneo.
      El poblamiento más rico y mejor estudiado de esta época es el de El Argar (Almería. Las viviendas son rectangulares y bajo las mismas se han descubierto enterramientos individuales consistentes en cistas (cajas o cestas funerarias), fosas o grandes tinajas y vasijas (pithoi en griego), en las que se colocaba el cadáver en posición fetal. La opulencia de los ajuares de algunos de estos enterramientos, frente a la sobriedad de otros, revela la existencia de unas jerarquías sociales más marcadas. En torno a El Argar había poblados cercanos a las minas, a los cursos de agua y a tierras fértiles.
      La influencia de estas culturas del sur se dejó sentir en buena parte de la península, como atestiguan los poblados, muchos de ellos fortificados, situados en Levante. Por su parte, en la región de La Mancha aparecen las motillas, elevaciones artificiales del terreno que son pequeños poblados agrícolas circulares construidos entorno a torres defensivas y restos de fortificaciones mayores.
      Por el contrario, en la Meseta norte surgió una cultura de carácter pastoril mucho más atrasada, con escasos restos metalúrgicos, y materiales cerámicos con características centroeuropeas que se mezclan con las locales, como la decoración de boquique. hallada en el yaci­miento de Las Cogotas (Avila).
      En el nordeste peninsular (Cataluña y parte del valle del Ebro) se desarrolló, a partir del año 1100 a. C, la cultura de los campos de urnas, que proba­blemente fue introducida en la península a través de los Pirineos por pueblos procedentes de Centroeuropa. Su característica más peculiar es que, en lugar de enterrar a los cadáveres (inhumación), se practicaba la incineración o combustión del cuerpo, cuyas cenizas se depositaban en una urna cineraria que posteriormente era enterrada.
      A pesar de las diferencias existentes entre unas zonas y otras, en esta época se establecieron numerosos flujos comerciales entre las distintas áreas de la península y, por vía marítima, con el resto de la Europa atlántica, muy inte­resada en las reservas de cobre del sudoeste peninsular (Huelva) y de estaño del noroeste.
      Corresponden a la Edad del Bronce numerosos depósitos de armas de bronce y, sobre todo, de espadas. El origen de los depósitos de armas podría hallarse en un importante tráfico de espadas metálicas a través del Atlántico, que quizá se usaban como moneda de cambio.
      Probablemente pertenecen también a esta «cultura atlántica» las abun­dantes estelas decoradas halladas en el sudoeste peninsular (entre el bajo Tajo y el bajo Guadalquivir), con grabados que representan a hombres armados con cascos, escudos y lanzas, quizá héroes o guerreros venerados por estos pueblos.
      Por su parte, en Mallorca y Menorca se desarrolló durante la Edad del Bronce una peculiar cultura megalítica similar a la de otras islas mediterrá­neas. Esta cultura baleárica se denomina talayótica, porque su monumento más significativo son los talayots, torreones defensivos de forma cónica trun­cada construidos con ciclópeos bloques de piedra. Junto a ellos se construye­ron las navetas, megalitos funerarios llamados así por tener la forma del casco invertido de una embarcación. Las taulas (en castellano, mesas) son exclusi­vas de Menorca y están compuestas por un pilar central coronado por una gran losa colocada sobre él horizontalmente. Según se cree, las taulas podrían ser restos de templos o altares de cultos primitivos. El conjunto de taulas más espectacular se encuentra en Torralba d'en Salad, un lugar próximo a Alaior (Menorca).

II. EDAD DEL HIERRO LA HISPANIA PRERROMANA.

4.3.- EDAD DEL HIERRO
      El periodo que transcurre desde el 800 al comienzo de la conquista romana en el 218 a.C. se denomina Edad del Hierro, fase que se mezcla en la Península Ibérica con la etapa de las colonizaciones de pueblos mediterráneos: fenicios, griegos y cartagineses, que influirán mucho sobre los indígenas. Estos pueblos conocían el alfabeto y practicaban la escritura, realizaban unos ritos religiosos más sofisticados y su tecnología era más avanzada, pues empleaban ya el hierro, aún desconocido en Occidente.
      La Edad del Hierro trae, además, una serie de novedades importantes como la introducción del uso del hierro, la utilización del torno de alfarero para la fabricación cerámica que produce la estandarización de las piezas, la aparición de los primeros textos escritos en lengua íbera, aún sin descifrar, que hacen que esta etapa se conozca también con el término de Protohistoria. Además aparecen los primeros textos que hablan de la Península Ibérica, como la Biblia, en la que se hace referencia al reino de Tartessos o los textos griegos, que nos permiten conocer el nombre de los pueblos prerromanos que habitaban el territorio.
      Los griegos y los fenicios llegaron hasta el extremo occidental de Europa movidos no solo por intereses comerciales, sino también para instalar sus propias colonias y ciudades estables.
      Estos pueblos fueron seguidos por los cartagineses. Con ellos, la península ibérica y las islas Baleares pasaron a integrarse definitivamente en la política internacional de la época en el marco de las luchas entre Cartago y Roma.
      Se conservan testimonios escritos (fuentes) relativos a las colonizaciones y a los pueblos indígenas, si bien la mayoría son muy posteriores a los hechos narrados. Aunque el historiador griego Heródoto (siglo V a. C.) ya se refiere a unas «míticas tierras occidentales», la mayoría de las fuentes son romanas, muchas de ellas reelaboraciones de originales griegos e incluso cartagineses más antiguos (textos de otros historiadores, testimonios de viajeros...).
      Entre estas reelaboraciones destaca la Ora Marítima, de Rufo Festo Avieno (del siglo IV d. C, aunque basada en descripciones del siglo VI a. C.) y la Geografía, de Estrabón, del siglo I d. C. El conjunto de estos textos greco­rromanos recibe el nombre de fuentes clásicas.

4.3.1.- TARTESSOS
      Tartessos es el primer estado de la Península Ibérica. Se trata de un reino mítico situado en la Andalucía occidental, con el eje central en el Valle del Guadalquivir, dominando los enclaves mineros de Río Tinto y Sierra Morena, con su capital situada en un lugar impreciso, que pudiera corresponder con Huelva.
      Las fuentes literarias se hacen eco de las riquezas y el poderío de Tartessos, como la Biblia que habla de las naves de Tarsis o las fuentes griegas que mencionan el nombre de los reyes Gerión y Argantonio.
      Parece que alcanzaron cierto esplendor, primero, a través de la economía ganadera y agrícola, y más tarde, con la explotación de las minas. Su momento de máximo desarrollo (siglos IX a VII a.C.) coincide con la etapa en la que los fenicios se asentaron en factorías costeras para adquirir los metales a cambio de productos elaborados para la élite tartésica.
      Se han encontrado restos pertenecientes a la cultura tartesia relacionados con ritos, objetos y tecnologías orientales que los nativos adoptaron como signos de prestigio y riqueza. Así, en el sur de España se introdujo el torno de alfarero; se aprendió la tecnología del hierro y de la púrpura (tinte extraído de un molusco); y mejoró notablemente la construcción de viviendas. Los dioses fenicios se popularizaron, especial­mente Melqart, cuyo templo era el núcleo económico y religioso principal de Cádiz. Se adoptaron prácticas funerarias orientales, como la libación (derramamiento de un líquido en honor de una divinidad) o el uso de perfumes e inciensos e, incluso, de símbolos de la mitología oriental (esfinges, grifos...).
      En los ajuares más lujosos de las tumbas se han encontrado también carros ceremoniales, objetos de marfil, ámbar, alabastro y vidrio, fíbulas de plata y otros muchos artefactos importados o imitados; así mismo, se han hallado vasijas que servían para transportar vino y aceite de oliva, productos de importación en esa época, traídos por los fenicios. Entre estos artículos de lujo destaca poderosamente la orfebrería fina de oro de los «tesoros», como el de La Aliseda (Cáceres) o el de El Carambolo (Sevilla).
      A partir del siglo VI a.C. Tartessos entra en decadencia, quizás por el agotamiento de los minerales que habría dado al traste con el comercio fenicio, por la caída de la ciudad fenicia de Tiro que dejaría Tartessos sin mercado para sus metales o por una incursión bélica cartaginesa que acabaría con las ciudades.

4.3.2.- PUEBLOS PRERROMANOS
      En los momentos previos a la conquista romana existen en la Península Ibérica una serie de pueblos que se agrupan en dos zonas claramente diferenciadas con predominio íbero en la costa este y meridional de la Península y céltico en el resto del territorio.

A.- LOS ÍBEROS
      La cultura ibérica se extendió por todo el área levantina y el sur peninsular. Eran pueblos autóctonos que recibieron el influjo de los colonizadores fenicios y griegos y estaban plenamente desarrollados hacia el siglo V a.C., perdurando hasta la romanización, a partir del 218 a.C. Los nombres de las tribus ibéricas aparecen citados en las fuentes clásicas y reciben denominaciones como: Turdetanos, Ilergetes, Edetanos…
      Se trataba de un mosaico de pueblos rivales entre sí, con poblados en cerros, dotados de sólidos sistemas de defensa, como los de Azaila y Ullastret. Las casas eran de planta cuadrada o rectangular, distribuidas de forma irregular, con calles estrechas y tortuosas. En las afueras de los poblados se encontraban las necrópolis, donde los difuntos, tras ser incinerados, eran depositados en urnas rodeadas de un ajuar funerario que variaba según la riqueza, donde destacan las armas, como la espada ibérica o falcata. Dos recipientes funerarios destacados son las esculturas de la Dama de Elche y la Dama de Baza, ambas con una cavidad posterior para depositar las cenizas.
      Su economía se basaba en la agricultura y la ganadería aunque también en el comercio, con productos artesanos y minerales que intercambiaban con comerciantes extranjeros. Por influencia fenicia o griega tenían un sistema monetario y acuñaban moneda propia.
      Su organización política era ya de tipo estatal, con Estados formados por una o varias ciudades con un sistema de gobierno monárquico, bajo el gobierno de los régulos.
      Culturalmente eran pueblos avanzados, con lengua y escritura propia en caracteres ibéricos. Entre las manifestaciones artísticas de los pueblos ibéricos destaca una rica escultura en piedra con figuras de guerreros como las de Porcuna, de animales como la Bicha de Balazote y de bronce como los exvotos del Cerro de los Santos. La cerámica aparece profusamente decorada con motivos geométricos y humanos, como los de Liria.

B.- PUEBLOS CÉLTICOS
      Los pueblos célticos ocupaban el área centro, norte y oeste peninsular. Se trata de poblaciones indoeuropeas celtas procedentes de Centroeuropa con aportaciones importantes como la metalurgia del hierro, la cerámica a torno y la incineración. En la zona del valle del Ebro, en ambas mesetas y en el norte encontramos pueblos como los astures, vacceos, lusitanos, vettones y las tribus del área celtibérica (arévacos y pelendones) que conocemos por las fuentes escritas y con diferentes grados de desarrollo entre sí.
      Ocupaban poblados en alto, bien fortificados que reciben el nombre de castros, como los de Cogotas, Santa Tecla o Coaña, con viviendas rectangulares o circulares, como en el caso de la Cultura de Castros gallega. Las necrópolis son de incineración, con urnas rodeadas de armas, como las espadas de antenas en las tumbas de los guerreros. Este rito de cremación ya existía en el noreste de la  Península Ibérica, con la Cultura de los campos de urnas, cuyos primeros ejemplares los encontramos en la primera Edad del Hierro.
      La economía céltica era preferentemente ganadera, aunque las tierras del Duero de la tribu de los vacceos fueron un núcleo cerealista muy importante. El comercio era escaso y el uso de la moneda casi desconocido.
      Todos estos pueblos estaban organizados en tribus y clanes basados en grupos de parentesco. Su organización política era de tipo preestatal con jefes que basaban su poder en el prestigio personal y grupos entre los que no existían grandes desigualdades de riqueza.
      Las manifestaciones artísticas de estos pueblos son muy pobres, limitándose a decoraciones cerámicas esquemáticas y a un importante grupo de esculturas toscamente esculpidas en granito que representan cerdos, toros y jabalíes, denominadas genéricamente verracos y que se encuentran diseminadas por las provincias de Ávila, Salamanca y Cáceres. Destacan las cuatro esculturas agrupadas de los Toros de Guisando (Ávila).

4.3.3.- LAS COLONIZACIONES
      Esta etapa se extiende a lo largo del primer milenio a.C., cuando la Península se incluye definitivamente en los circuitos comerciales del Mediterráneo. Las colonizaciones se limitaron a asentamientos muy escasos y efímeros. Los pueblos que las emprendieron, fenicios, griegos y cartagineses, tuvieron más empeño en comerciar y asegurarse el control de las riquezas mineras para sus metrópolis, que de realizar poblados estables en el territorio peninsular.

A.- FENICIOS
      Los fenicios eran un pueblo de expertos navegantes y comerciantes, venidos del Próximo Oriente, de las ciudades de Tiro y Sidón, en el actual Líbano. Su colonización fue exclusivamente comercial y para asegurarse los puntos estratégicos de la ruta de los metales, establecieron factorías en las costas del sur de la Península Ibérica. La más importante fue Gadir (Cádiz), fundada en 1100 a.C (realmente s. VIII a.C.). Otras factorías se asentaron en Malaka (Málaga), Sexi (Almuñecar) y Abdera (Adra).
      Los fenicios llegaron atraídos por la fama de las riquezas mineras del reino de Tartessos, pero no se ocuparon directamente de la explotación de las minas, sino que monopolizaron la distribución  y el comercio de los metales (oro, plata, cobre y estaño). Las factorías serían lugares de comercio encargados de traficar con los centros de producción metalúrgica del interior.
      Al comerciar con los pueblos indígenas les transmitieron el alfabeto fenicio, el sistema decimal, nuevos cultivos como la vid y el olivo, nuevos sistemas de construcción de ciudades, explotación de salinas, técnicas para la conservación del pescado en salazón y nuevos métodos para el trabajo artesanal de los metales preciosos. La demanda generada por los fenicios no solo de metales, sino de alimentos y otras materias primas, se tradujo en un desarrollo notable de las comunidades nativas más próximas, de la organización urbana y de la minería. Como consecuencia, se produjo la concentración de la población y el incremento de las desigualdades sociales.
      En la zona sur de la Península Ibérica es frecuente la aparición de objetos de procedencia fenicia de los siglos VIII a VI a.C., como los sarcófagos de Cádiz, las lujosas cerámicas de barniz rojo, los jarros de bronce o los objetos de marfil decorado (peines).
      En el siglo VI a.C., al parecer a raíz de la caída de Tiro ante los babilonios, el pueblo fenicio entró en declive, lo que afectó a sus colonias hispanas.

B. GRIEGOS
      En su deseo de acercarse al comercio de los metales y siguiendo la ruta de las islas del Mediterráneo occidental, los focenses (marineros comerciantes griegos que procedían de la ciudad jonia de Focea, en la actual Turquía) fundan Massalia (Marsella) en la costa sur de Francia, lo que constituyó el punto de partida para el establecimiento de colonias en la costa mediterránea española a partir de los siglos VIII y VII a.C.
      De la mayoría de las colonias griegas citadas en los textos no existen restos arqueológicos. Posiblemente fueron enclaves iberos o fenicios usados por los griegos para pernoctar y comerciar con los indígenas, y a los que acabaron por dar sus propios nombres griegos. Está probada la fundación griega en las colonias de Rhode (Rosas) y Emporion (Ampurias), mientras que las referencias a otras fundaciones como Hemeroskopeion (¿Denia?), Mainake (¿Vélez Málaga?) y Akra Leuke (¿Alicante?) carecen de confirmación arqueológica.
       Emporiom fundada por colonos de la ciudad de Massalia en el 600 a.C., se convirtió rápidamente en una próspera colonia, cabecera de intercambios con el interior: los griegos traían cerámicas de lujo, perfumes, vino y aceite y a cambio exportaban metales, sal, esparto y lino.
      Las colonias griegas del Mediterráneo pretendían ser establecimientos definitivos, por lo que crearon su propia industria, moneda y cultivaron los campos, imitando la forma de vida y cultura griegas en las nuevas colonias.
      La influencia griega fue muy importante en las poblaciones iberas mediterráneas, entre las cuales difundieron su alfabeto, sus producciones cerámicas, su industria artesanal, su religión y su arte.

C. CARTAGINESES
      El apogeo de la presencia púnica en la Península abarca los siglos VI y III a.C. Su primera fundación se localizó en Ebusus en la isla de Ibiza, que se convirtió en un gran centro comercial y un enclave estratégico en el dominio naval del Mediterráneo occidental, asentándose después en las restantes islas Baleares. Esta primera fase de la colonización cartaginesa es heredera de la fenicia, tras la caída de su capital, Tiro, cuando Cartago, colonia fenicia se hace cargo del comercio colonial mediterráneo. Por tanto, sustituyeron a los fenicios y se instalaron en sus factorías comerciales desde las que controlaban los productos del interior, sobre todo las minas de Cástulo (Linares).
      A partir del siglo VI a. C. se produjeron tres fenómenos que anunciaron la ascensión de Cartago como potencia hegemónica en el Mediterráneo, pri­mero en un sentido puramente comercial y, más tarde, como gran potencia militar enfrentada a los griegos (en Sicilia y Cerdeña), a pueblos nativos rebeldes de la península ibérica e incluso a la misma Roma:
- Un pronunciado declive de la cultura tartesia.
- Las ciudades fenicias, con Gades a la cabeza, se convirtieron en amigas, aliadas o asociadas de Cartago, la ciudad de origen fenicio más importante del Mediterráneo.
- Los griegos, atacados militarmente por Cartago, centraron su actividad en el litoral al norte del cabo de Palos, es decir, de la actual Cartagena.
      Los cartagineses (o púnicos) fundaron enclaves en el sur de la península, como Baria (hoy Villaricos, en Almería), y ampliaron su radio de acción a la isla de Ebussus (Ibiza), como lo demuestra el yacimiento de Puig des Molins. Convertida en base naval, desde esta isla enviaron expediciones al litoral atlántico europeo y africano cerrando el paso del estrecho a los navios griegos.
      Aparte del habitual interés por la plata y los metales, los cartagineses rechinaron mercenarios entre la población nativa, tanto en la península (infantería pesada) como en Baleares (honderos lanzadores de piedras), para luchar contra griegos y romanos, y fueron los primeros en exportar, desde la península y hacia Oriente, salazones de pescado y el célebre garum o garo (salsa de pescado macerado con sal), un condimento muy apreciado en todo el Mediterráneo, incluidas Atenas y Roma.
      No hay constancia de una política violenta o de una intervención militar cartaginesa en la península con anterioridad a las guerras entre Roma y Cartago, conocidas como guerras púnicas. Solo tras la derrota de Cartago en la Primera Guerra Púnica, que supuso la pérdida de Sicilia, Córcega y Cerdeña y el fin de su predominio como potencia naval de primer orden, los Barca, familia de estrategas (generales) cartagineses, decidieron usar la península y las islas Baleares como plataforma económica y militar para luchar contra Roma. Amílcar Barca desembarcó en Gades con esa intención en el año 237 a. C; con él viajaban su yerno, Asdrúbal, y su hijo de nueve años, Aníbal.
      Amílcar organizó una serie de campañas militares para someter el valle del Guadalquivir y apoderarse de las minas de plata de Castillo (actual Linares, en Jaén). En una de estas campañas le sobrevino la muerte. Lo sucedió Asdrúbal al frente del ejército. Su política, más pacífica, se basó en una serie de pactos con los indígenas para granjearse su apoyo. También pactó con los recelosos romanos un acuerdo por el que los cartagineses no traspasarían el Iber (Ebro). Fundó, además, una nueva Cartago (Kart-Hadast, llamada por los romanos Cartago Nova, actual Cartagena) en torno al año 228 a. C, que se convirtió en el centro urbano cartaginés por excelencia de la costa peninsular.
      Tras morir asesinado Asdrúbal en el año 221 a. C, pasó a dirigir el ejército Aníbal, el hijo de Amílcar, que aunó lo mejor de sus dos antecesores, es decir, el genio militar y la capacidad diplomática, en sus campañas por el interior de la península y el Levante, sometiendo en el proceso a la ciudad rebelde de Sagunto, a la que castigó muy duramente. Este hecho provocó la declaración de guerra por parte de Roma, pues esa ciudad estaba bajo su protección. Con ello comenzó la Segunda Guerra Púnica: Aníbal cruzó el Ebro con destino a Italia al mando de una audaz expedición militar, mientras que los ejércitos romanos desembarcaron en la ciudad griega de Emporion con la intención de atacar las bases cartaginesas en la península. Transcurría el año 218 a. C, y los romanos ya no abandonarían el territorio peninsular.
      Su legado cultural está presente en los objetos funerarios procedentes de las necrópolis más importantes como las figuras de terracota de barro de Puig des Molins, o el culto a la diosa Tanit.

III.- HISPANIA ROMANA Y VISIGODA

1.- LA CONQUISTA DE HISPANIA POR ROMA

1.1.- LAS LUCHAS ENTRE CARTAGO Y ROMA (218-205 a.C.)
      A lo largo de los siglos VI a III a.C. en la Península Ibérica existen asentamientos cartagineses de carácter comercial en el litoral mediterráneo. A partir de mediados del siglo III a.C. Cartago, con su general Amílcar Barca, interviene de forma más intensa en la Península e inicia una sistemática explotación de las minas del interior y de las zonas cerealísticas del Guadalquivir y nutre sus ejércitos con mercenarios peninsulares. Esta intervención entra en conflicto con la política exterior de Roma que se había orientado a la expansión territorial por el Mediterráneo occidental.
      El enfrentamiento entre romanos y cartagineses comienza con la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), en la que Roma vence, obteniendo las islas de Sicilia y Cerdeña y el cobro de las indemnizaciones de guerra. Para compensar estas pérdidas y afrontar los pagos a Roma, los Barca, familia de estrategas (generales) cartagineses, decidieron usar la península y las islas Baleares como plataforma económica y militar para luchar contra Roma. Amílcar Barca desembarcó en Gades con esa intención en el año 237 a. C; con él viajaban su yerno, Asdrúbal, y su hijo de nueve años, Aníbal.
      Amílcar desembarca en Cádiz (237 a.C.) y comienza a controlar tanto los pueblos del sur ibérico como las explotaciones mineras de Sierra Morena. Asdrúbal estableció en el 228 a.C. una nueva base de operaciones fundando Cartago Nova (Cartagena) y, para delimitar las zonas de influencia con Roma, firma el Tratado del Ebro (226 a.C.), fijando este río como frontera norte del dominio cartaginés. Anibal no respetó los términos del acuerdo y continuó su avance hacia el norte, sitiando Sagunto (ciudad aliada de Roma), en el 219 a.C. Este fue el pretexto que los romanos utilizaron para declarar de nuevo la guerra a los cartagineses. Se inició así la Segunda Guerra Púnica (219-206 a.C.) y con ello la ocupación romana de la Península a partir del 218 a.C.

1.2.- ETAPAS DE LA CONQUISTA
       La conquista romana fue un proceso discontinuo de doscientos años (218-19 a.C.) en el que se alternaron etapas de grandes avances y largos periodos de estabilización. Cronológicamente se pueden señalar tres fases.

a) La ocupación del litoral mediterráneo (218-170 a. de C.)
      Se enmarca en el contexto de la segunda guerra púnica. En este periodo los romanos desembarcan en Ampurias en el año 218 a. de C. y, casi sin resistencia, ocupan el litoral mediterráneo y los valles del Ebro y del Guadalquivir. Todos estos pueblos tenían un alto grado de desarrollo por el contacto con los pueblos colonizadores, su elevado desarrollo hace que no opongan casi resistencia y que asimilen rápidamente las formas de vida romanas. Además, en esta zona no hay obstáculos geográficos que dificulten la conquista.

b) La conquista de la Meseta (170-29 a. de C.)
      La conquista de esta zona les costó mucho a los romanos, además de los accidentes geográficos, el nivel de desarrollo de estos pueblos es escaso y veían con hostilidad el modelo de civilización romana. Las guerras fueron durísimas y de los enfrentamientos con los romanos destacamos dos: las guerras lusitanicas (Viriato) y las celtibéricas (Numancia). Viriato fue un caudillo lusitano que mantuvo en jaque a los romanos gracias a la utilización de la guerra de guerrillas, al final fue asesinado por varios de sus capitanes sobornados por los romanos, su derrota abrió a Roma el oeste peninsular. En Numancia los celtíberos presentaron una resistencia feroz ante el sitio de los romanos, la llegada de Publio Cornelio Escipión puso a la ciudad en una situación límite, y sus habitantes prefirieron destruirla y suicidarse antes que caer en manos de los enemigos, era el año 133 a. de C.
      En los últimos años de esta etapa Roma atraviesa varias guerras civiles, en la última dos generales victoriosos se disputan el poder de la República: Pompeyo y César, tras la muerte de Pompeyo, sus hijos serán derrotados por César en la batalla de Munda (Montilla, Córdoba), el 27 de marzo del 45 a. de C., quedando toda la zona centro y sur de la Península pacificada.

c) La pacificación de la franja cantábrica (29-19 a. de C.)
      En estos diez años se desarrollan las guerras cántabras, dirigidas por el emperador Augusto. Roma perseguía la pacificación de estos pueblos, el acceso a los ricos yacimientos de la zona y que dejaran de atacar a las ciudades romanas. Casi toda la población acabó esclavizada. Roma fundó una serie de ciudades y campamentos militares para contener a estos pueblos: León (sede de la Legio VII Gémina), Astorga (Asturica)..., pero el control efectivo y total de los pueblos de la cordillera cantábrica y de los vascones nunca fue del todo efectivo.
      Una vez pacificado el territorio, Augusto divide Hispania en tres provincias: Tarraconensis, Bética y Lusitania, en el 27 a.C.

2.- EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN
      Se entiende por romanización el proceso de imposición y/o adaptación de los pueblos hispanos a las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales del Imperio romano. Implica la desaparición de ciertos elementos culturales autóctonos y su transformación y reorganización. Se trata, por tanto, de un proceso de «aculturación» (integración cultural) de las poblaciones indígenas por parte de los romanos, aunque se conservaron en mayor o menor grado las costumbres y formas de vida prerromanas. Ni el proceso fue homogéneo en el tiempo (se intensificó notablemente a partir del siglo I a. C.) ni la romanización se produjo igual en todas las áreas: fue muy acentuada en el litoral mediterráneo, incluidas las islas Baleares, y en el sur y el este de la península, y más leve en el interior, en el norte y en el noroeste.
      Los factores que determinaron la romanización fueron los siguientes:
a)        La vida urbana, las vías de comunicación y el comercio.
      Roma se aprovechó de las ciudades existentes en la Península, transformando sus órganos de gobierno y haciéndolos dependientes de Roma, en otras zonas fundó nuevas ciudades con pobladores romanos. El mundo romano es un mundo de ciudades, en éstas se decide todo y son centros de producción e intercambio. El contacto con la vida urbana transforma a los habitantes de la Península. A la vez se produce la adopción del latín como lengua oficial.
      El desarrollo de un amplio sistema de calzadas, que no sería superado hasta la Edad Contemporánea, favorece el intercambio comercial y la llegada de pobladores, ejércitos, comerciantes... las principales ciudades romanas estaban intercomunicadas entre sí y con Roma a través de la vía Augusta que iba paralela al litoral mediterráneo.
b)        El papel del ejército.
      Es fundamental, el ejército fue un importante vehículo de romanización, los soldados llevaban la lengua, creencias y costumbres de Roma y las difundieron por todo el Imperio. Roma contaba también con tropas auxiliares hispanas que en contacto con lo romano se romanizaron rápidamente, además, al término del servicio militar se asentaban en tierras entregadas por Roma, a donde llevaban su civilización. Los campamentos romanos atraían a mujeres, mercaderes, artesanos... y muchos de estos campamentos acabaron transformándose en ciudades (León, Mérida, Zaragoza, Barcelona).
c)        La concesión de la ciudadanía romana.
      No todo el mundo tenía el título de ciudadano romano, el recibir un indígena éste, significaba muchos privilegios y un alto honor, normalmente lo recibía gente que colaboraba con Roma y tenía un alto grado de integración en el mundo romano, era un título ansiado por muchos. Al principio a muchos ciudadanos se les otorgó la ciudadanía latina (con muchos menos privilegios) y, por último, con Caracalla, toda Hispania recibiría la ciudadanía romana.

3.- LA ORGANIZACIÓN Y DIVISIÓN ADMINISTRATIVA
      En su afán por controlar los territorios conquistados, Roma desarrolló una compleja administración territorial, cuyo modelo se implantó por todo el Imperio. Así, Hispania fue dividida en:
      - Provincias: la Península fue dividida, en primer lugar, en dos demarcaciones provinciales poco después de finalizar la Segunda Guerra Púnica (197 a.C.): Citerior y Ulterior; sus respectivas capitales fueron Tarraco y Cartago Nova. Cada provincia estuvo administrada por un gobernador o pretor responsable ante el Senado y que tenía a su mando una legión para mantener el orden. Era asistido por un questor, encargado de las finanzas y que, a veces, ejercía funciones judiciales.
      Esta primera división hubo que ampliarla según se iban dominando nuevos territorios. En época de Augusto (27 a.C.) se realizó la segunda organización administrativa que dividió la Ulterior en Baetica, con capital en Corduba, y Lusitania, con capital en Emerita Augusta. La Citerior se transformó en la Tarraconensis, con capital en Tarraco. Las provincias Tarraconense y Lusitania estaban gobernadas por el empe­rador a través de legados, mientras que la Bética era controlada por el Senado, ya que se la consideraba una provincia pacificada y romanizada.
      Dos siglos después (212 d.C.) el emperador Caracalla separó de la Tarraconensis una nueva provincia, Gallaecia con capital en Bracara (Braga).
      A fines del siglo III d.C. (297 d.C.) se produce la tercera división hispana. Siendo emperador Diocleciano, el Imperio se divide en trece diócesis (agrupación de varias provincias, diri­gidas por un vicarias (delegado) ) e Hispania sería una de ellas, con seis provincias: Tarraconensis, Baetica, Lusitania, Cartaginensis, Gallaecia y Mauritania Tingitana (en el norte de África). Posteriormente, en el 385 d.C. se añadirá Balearica a esta diócesis.



Provincias romanas en 56 a. C. Hispania Citerior e Hispania Ulterior, durante la República. En origen, en el año 197 a.C., el límite de ambas demarcaciones era el curso del río Júcar. Después, con el avance en dirección occidental, el Anas serviría también de frontera, aunque a mediados del siglo I a.C. la línea divisoria ascendía en sentido diagonal por la península, incluyendo el territorio actual de Galicia en la Ulterior.


Provincias romanas en Tiempos de Augusto (27 a.C. - 14 d.C.)
A partir de la reorganización provincial dirigida por Augusto el territorio peninsular se dividió en tres provincias:

·  Bética (Baetica): identificada con la Ulterior cuando ésta tenía como límites el Júcar y el Anas.

·  Tarraconense (Tarraconensis): la antigua Citerior, pero con inclusión de la Meseta

·  Lusitania (Lusitania): incluida en principio en la Ulterior.


 

Provincias romanas tras las reformas de Diocleciano
Las reformas de Diocleciano aumentaron el número de provincias hasta cinco. A la Baetica, Lusitania y Tarraconensis, se sumaron a costa de ésta última la Carthaginiensis y Gallaecia. Y las cinco provincias, junto a la Mauretania Tingitana, pasaron a formar parte de una de las doce diócesis en que se dividió el Imperio, la de las Hispaniae.

Finalmente quedaría englobada en la Praefectura de las Gallias, en el Imperio de Occidente.


      - Conventus: Para facilitar las tareas administrativas, especialmente la administración de justicia, la reacudación de impuestos o las levas militares, las provincias se subdividían, a su vez, en conventus. Los más importantes tenían su capital en Tarraco, Caesaraugusta, Clunia, Astúrica Augusta. Lucus, Bracara, Cartago Nova, Hispalis y Gades.
      - Populus: Era una demarcación situada en las áreas menos romanizadas de Hispania, donde permanecía la antigua organización autóctona. En los primeros momentos de la conquista, Roma respetó a los jefes indígenas que le habían sido fieles y los colocó dirigiendo estas instituciones.
      - Civitas: Si Roma había creado una civilización urbana y comercial es lógico que el eje de la administración lo constituyesen las ciudades (civitas) que incluían en su área de influencia un territorio rústico más o menos extenso. Había diversos tipos de civitas. Las de categoría superior, las más romanizadas y las menos abundantes eran las llamadas municipia, a cuyos habitantes se les concedía la ciudadanía romana y que estaban exentas de impuestos ordinarios para recompensar su fidelidad, como Illiturgi (Andujar), Asido (Medina Sidonia) o Calagurris (Calahorra). Tenían un régimen jurídico similar al de Roma. Las ciudades que siguieron este proceso habían colaborado con Roma durante la ocupación y recibido un trato de privilegio desde entonces. Se trataba de ciudades federadas o libres de impuestos y de ocupación militar. También se convertían en municipios aquellas que tenían una minoría importante de inmigrantes romanos. Malaca, Gades, Saguntum, Cartago Nova, Tarraco y, probablemente Emporiae fueron las primeras ciudades de Hispania que se convirtieron en municipios.
      De similar importancia y privilegios eran las coloniae (colonias) ciudades nuevas creadas para ciudadanos romanos, generalmente soldados, a los que se les concedía un lote de tierras como pago por sus años de servicio en el ejército. Tal es el caso de Emerita Augusta (Mérida), Itálica (Santiponce, en Sevilla), Corduba, Valentia (Valencia) Pompaelo (Pamplona), Ilerda (Lleida), Barcino (Barcelona), Hispalis (Sevilla), Ilici (Elche) y Caesaraugusta (Za­ragoza).
      Las antiguas ciudades indígenas eran, en su mayor parte, civitas stipendiarias, es decir, que pagaban el stipendium o tributo a Roma en servicios, dinero o especie: cereales, aceite, ganados o productos de artesanía local.

4.- SOCIEDAD Y ECONOMÍA DE LA HISPANIA ROMANA

       4.1.- SOCIEDAD
      La posición social dentro del mundo romano estaba determinada por la categoría jurídica del individuo. Existía una división fundamental entre hombres libres y esclavos, con una situación intermedia: los libertos.

> Hombres libres:

      Dentro de los hombres libres existía una diferencia entre ciudadanos romanos y no ciudadanos:

  1. Ciudadanos romanos pertenecientes a los órdenes (los honestiores): se trataba de una minoría rica, privilegiada y dirigente que desempeñaba los más altos cargos políticos, financieros, militares y religiosos, además de gozar de los privilegios de la ciudadanía romana. Existían tres órdenes con notables diferencias de poder y riqueza: ordo senatorial (senadores), ordo ecuestre (actividades comerciales y financieras) y ordo decurional (magistraturas municipales).
  2. Ciudadanos romanos no pertenecientes a órdenes (humiliores): al tener el estatuto de ciudadanía romana gozaban de privilegios políticos como el derecho al voto, el derecho al acceso a cargos públicos y la exención de impuestos. Sin embargo existían grandes diferencias de fortuna entre los ciudadanos romanos, desde los más pobres hasta los más ricos.
  3. No ciudadanos: constituían el grueso de la población romana y carecían de derechos políticos (a diferencia de los ciudadanos), pero tenían derechos civiles (a diferencia de los esclavos), como el de contraer matrimonio, tener propiedades o heredar. También había entre ellos grandes diferencias de fortuna y una vía fácil de promoción social era enrolarse en el ejército, ya que al licenciarse obtenían la ciudadanía romana.

      Durante el Imperio, y muy especialmente a partir del Edicto de Latinidad promulgado por el emperador Vespasiano (entre los años 73 y 74 d. C), la mayoría de los miembros de las élites urbanas pudieron convertirse en ciudadanos romanos de pleno derecho.
      El resto de la población urbana disfrutó de derechos más restrin­gidos, aunque en la práctica simi­lares a los de los habitantes de Roma.
      Esta situación se mantuvo hasta el año 212 d.C. cuando el emperador Caracalla otorgó la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio. Esto contribuyó a romper las diferencias entre Italia y las provincias y a uniformar los estatutos sociales, así como a universalizar la ideología emanada desde los órganos centrales de poder.

> Esclavos y libertos:

      Había una abundante cantidad de esclavos, obtenidos entre los pueblos conquistados, que trabajaban como mano de obra en el campo y las minas. También realizaban actividades artesanales, se dedicaban a la salazón del pescado y trabajaban como criados o pequeños funcionarios. Tenían una privación total de derechos políticos y civiles.
      Los pocos que obtenían la libertad (manumisión) recibían el nombre de libertos y, aunque legalmente eran libres, seguían dependiendo de su amo al que prometían ayuda en caso de apuro.

       4.2.- ECONOMÍA
      La economía romana era urbana y esclavista: urbana porque la ciudad constituía el centro económico y esclavista porque la mano de obra esclava predominaba en las tareas productivas. Roma explotó los recursos naturales y humanos de los territorios que conquistó: materias primas y esclavos.
      Tras la conquista del territorio, todas las tierras pasaban a ser propiedad del Estado romano (ager publicus), que se reservaba una parte de ellas (latifundios estatales). Las restantes eran repartidas entre particulares, cediendo la explotación de éstas a cambio de una renta.
      Las provincias del Imperio orientaron su producción hacia las necesidades de Roma y se especializaron según sus características en aquellos sectores económicos que suponían una fuente de riqueza para el estado romano. Hispania exportaba fundamentalmente materias primas a Roma e importaba de ésta productos manufacturados. Con esta finalidad se organizó el territorio mediante una adecuada red de comunicaciones que unía los centros de producción con los puertos de exportación. El comercio hispano se articuló en torno a la vía Augusta, la ruta de la Plata y la ruta atlántica.
      La producción principal de Hispania era trigo, vino y aceite (triada mediterránea), que se exportaba a Roma.
      A partir de la época imperial, en las formas de explotación agrícola se fue imponiendo en Hispania la villa romana, una propiedad rural de mediana o gran extensión con una producción agrícola-ganadera destinada a la comercialización.
      La minería era otro de los sectores económicos esenciales: se obtenía oro de Las Médulas (León), plata en Sierra Morena y cobre en Río Tinto, que también se exportaban a Roma. Por último, destacan las industrias de salazón del pescado y la fabricación de garum (salsa muy apreciada, de fuerte sabor, elaborada con la fermentación de vísceras de diversos pescados) en el sur peninsular.
      La producción de estos alimentos fomentó, a su vez, la explotación de las salinas y la fabricación de cerámica: ánforas y loza fina de mesa, un tipo de cerámica conocida como sigillata hispánica.
      Otros sectores económicos relevantes fueron la artesanía textil (lana, lino) y de esparto, la metalurgia, la construcción y la explotación de canteras.
      No obstante, la mayoría de la población indígena siguió viviendo de una economía agrícola y ganadera de subsistencia, que se complementaba con la recolección (leña, miel y frutos silvestres), la caza y la pesca.

5.- LA CRISIS DEL SIGLO III Y EL FINAL DEL MUNDO ROMANO
      En el siglo III el mundo romano atraviesa una profunda crisis que acabará con él, analizaremos aquí las causas de esa crisis.
a)        Las causas.
Internas.
      Como hemos visto anteriormente, la economía romana hasta el siglo II d. de C, se basaba en el trabajo de los esclavos y la continua llegada de productos a Roma (economía esclavista), para ello era preciso mantener las conquistas y las campañas contra los enemigos. Esa situación va a cambiar radicalmente al detenerse las conquistas y verse el Imperio envuelto en toda una serie de guerras civiles. Esto conlleva la escasez de esclavos, con el consiguiente encarecimiento de éstos, y la subida espectacular de los precios. A la larga habrá que buscar otro tipo de mano de obra. Las explotaciones agrícolas tenderán al colonato (los colonos eran antiguos hombres libres sin recursos que trabajaban parcelas de los grandes propietarios en beneficio propio, a cambio de ciertos pagos y servicios, quedando en ocasiones adscritos a la tierra que trabajaban).
      De la misma manera los conflictos internos producen el colapso comercial, a Roma no llegan ya productos y cada lugar tiene que abastecerse exclusivamente con lo que produce, este tipo de economía se denomina economía autárquica. La falta de metales preciosos hace que las monedas se acuñen con menos cantidad de oro y plata y más de cobre, esto origina una devaluación de la moneda con la consiguiente subida espectacular de los precios.
      A estas causas económicas hemos de sumar la crisis interna que atraviesa Roma. Generales victoriosos se hacen con el control de las legiones y avanzan sobre Roma para tomar el poder por la fuerza, provocando la rápida sucesión de emperadores y que el Imperio se desangre en luchas estériles. La misma guardia pretoriana en Roma nombra y asesina emperadores a su antojo, el poder imperial está en su punto más bajo. Cuando llega algún emperador con más autoridad intenta hacer frente a la situación aumentando los impuestos, devaluando la moneda o decretando la obligatoriedad de que los hijos sigan con el oficio de sus padres, en un intento vano por detener la huida al campo para escapar de la presión fiscal.
Externas.
      En esta situación tan lamentable los romanos tienen que enfrentarse a un nuevo peligro: los pueblos bárbaros que están al otro lado de sus fronteras presionan sobre éstas y no encuentran resistencia. En los siglos I y II Roma ha mantenido en jaque a estos pueblos debido a su superioridad militar, ahora, en plena crisis y con un ejército roto y desmoralizado, los distintos pueblos presionan en la parte occidental del Imperio y van a ir penetrando lentamente. En el siglo V todo el Imperio Romano de Occidente está poblado por los pueblos germánicos, que en poco tiempo acabarán con el poder imperial y constituirán reinos: francos, suevos, visigodos, anglos y sajones, burgundios, alanos...
b)        Consecuencias.
      La primera consecuencia importante de las convulsiones del siglo III es el cambio de modo de producción, ante la escasez de esclavos, los ricos terratenientes van a sustituirlos por los pequeños campesinos libres, éstos les entregarán sus propiedades y trabajarán las tierras de los latifundistas a cambio de la protección armada tan preciada en un mundo tan revuelto. De esta manera nos adentramos en el feudalismo, esbozado aquí de una manera muy arcaica, estos campesinos se convertirán en colonos que es lo más parecido a un siervo feudal.
      Otra consecuencia importante es la ruralización. Las ciudades por primera vez en siglos se amurallan, deben resistir los ataques y el pillaje de los pueblos bárbaros ante un ejército romano inoperante. De la misma manera, gran parte de la población va a huir de las ciudades y estas pierden más de la mitad de su superficie. La gente huye porque además de ser inseguras, a éstas no llegan productos y la población urbana soporta una mayor presión fiscal. De esta forma las ciudades van a sufrir un letargo del que no van a salir hasta el siglo XII. La vida se traslada al campo donde se formarán pequeñas comunidades agrarias de carácter autárquico. La ineficacia del Estado para garantizar la seguridad de los individuos y el cumplimiento de las leyes propició las relaciones de dependencia personal entre los hombres libres y los poderosos.
      Junto a todo lo anterior hemos de destacar la decadencia moral, cultural y artística que preside los últimos momentos del Imperio. En un mundo de tanto sufrimiento las religiones tradicionales no sirven y el cristianismo parece ser la única religión que aporta consuelo al prometer una vida mejor en el más allá.
      Teodosio el Grande intenta solucionar los problemas del Imperio y para facilitar el gobierno y la seguridad de las fronteras, en el 395 d.C., dividió el Imperio entre sus dos hijos: los territorios de Oriente correspondieron a Arcadio y los de Occidente a Honorio.
      A pesar de esta división, la inestabilidad del Imperio occidental aumentó durante el siglo V, hasta que en el año 476 d.C., el último emperador romano de occidente, Rómulo Augústulo, fue expulsado del poder por los bárbaros.

6.- EL LEGADO CULTURAL DE LA HISPANIA ROMANA
      La religión romana se basa en el politeísmo y en la tolerancia hacia otros cultos y dioses. A la religión romana tradicional se añadió desde un primer momento todos los dioses griegos a los que los romanos les dan otros nombres. Además, en la época imperial hemos de añadir el culto al emperador. Al extenderse hacia Oriente van a tomar las religiones de otros pueblos: mitraísmo, culto a Isis, a Cibeles... y en los últimos siglos del Imperio se extenderá por él el cristianismo. El cristianismo fue perseguido en principio porque no toleraba a las otras religiones ni reconocía la divinidad del emperador, pero debido a la crisis general del siglo III esta religión fue el consuelo para muchos y el emperador Constantino acabó por legalizarla en el año 313 por el Edicto de Milán. En el 381 se convirtió en la única religión oficial, el cristianismo era lo único que podía dar cohesión al Imperio e incluso sobrevivió a su caída.
      La Península se romanizó, sobre todo la Bética, el latín vulgar era hablado por casi todos y las lenguas y los cultos locales fueron desapareciendo progresivamente. De todas las lenguas anteriores sólo sobrevivió el vasco. Hispania dio varios emperadores a Roma: Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio. De la misma forma el latín floreció en la Península con escritores como Séneca, Lucano y Marcial.

En cuanto al arte romano, este reúne influencias griegas, etruscas y orientales.
a)       Arquitectura: las obras públicas.
      Se caracterizan por el carácter monumental y por su espíritu práctico. Utilizó la arquitectura adintelada como los griegos, pero también la abovedada (utilizaron bóvedas de medio cañón, de arista, cúpulas...). Junto a la columna -elemento fundamental en el arte griego- usaron también el arco de medio punto.
       Entre las obras de ingeniería destacan las calzadas, que fueron usadas hasta bien entrada la Edad Moderna; los puentes como el puente de Alcántara para sortear obstáculos naturales; los acueductos como el de Segovia o el de los Milagros en Mérida, para abastecer de agua a las ciudades; los pantanos como el de Proserpina en Mérida... En cuanto a los edificios para espectáculos hemos de reseñar los teatros, como el de Mérida o Itálica; los anfiteatros o lugares para luchas de gladiadores y fieras, los de Mérida, Tarragona e Itálica son los más monumentales; los circos, para las carreras de cuadrigas como en Mérida, Córdoba o en Tarragona. Otros edificios importantes fueron las termas, lugares destinados a baños. Como edificios religiosos destacan los templos, copiados de los etruscos y los griegos, las ceremonias no se desarrollaban en su interior sino en las escalinatas, por eso no eran grandes ni podían acoger a la multitud. Cuando el cristianismo se convierte en religión oficial tomará como edificio la basílica, que hasta entonces era un gran edificio pero con usos judiciales o mercantiles, de ahí saldrán las iglesias.
b)       La escultura.
      Dentro de la estatuaria romana distinguimos dos tendencias: la escultura idealizada de influencia griega cuando se representa a los dioses o a algunos emperadores, y el retrato naturalista y realista cuando se representa a personajes populares. Estas dos corrientes se mezclan entre sí y van evolucionando a lo largo de todo el periodo romano. Junto al retrato destaca el relieve, que casi siempre tiene un carácter narrativo, nos cuenta una historia, ya bien sea en un templo, en un sarcófago o en una tumba.
c)        La pintura.
      Los romanos utilizaron la pintura al fresco, pero no se han conservado muchos restos. La técnica que más ha perdurado ha sido el mosaico (opus teselatum), es decir, la representación en el suelo de dibujos mitológicos, costumbristas o geométricos que se rellenaban con pequeñas piezas llamadas teselas.

7.- LAS INVASIONES GERMÁNICAS
      En el 409 tres pueblos germánicos, también llamados bárbaros (extranjeros), los suevos, los vándalos y los alanos, penetran por los Pirineos en la Península Ibérica después de haber franqueado la frontera romana del Rhin tres años antes:

  1. Los suevos: provenían del norte de Alemania y se instalaron en la Península formando un reino que comprendía Gallaecia y el norte de Portugal y que pervivió hasta el año 585.
  2. Los vándalos: venían del norte de Polonia y aparecen divididos en vándalos asdingos, que se asentaron junto a los suevos y en vándalos silingos, en la Bética. Posteriormente, atravesaron la Península y se dirigieron al norte de África.
  3. Los alanos: procedían del este de Ucrania y se instalaron en Lusitania y Cartaginensis, perdiéndose después su rastro.

      Otro pueblo germánico, los visigodos que provenían de la zona del Danubio, cruzaron las fronteras del Imperio ante la presión que se produjo en el 375 por los ataques de los hunos. Primeramente se instalaron en la Tracia (actual Rumanía) con el permiso del emperador Valente, pero a partir de entonces realizaron operaciones de saqueo tanto en oriente (Atenas), como en occidente (Roma), llegando a la Hispania Tarraconense, mandados por su rey Ataulfo, en el 414. Roma, incapaz de expulsar a los invasores germánicos, decide pactar con uno de estos pueblos, los visigodos, quienes en el 418 se convertirían en pueblo federado (foedus), y como tal, al servicio del Imperio, aniquilarían a los alanos y forzarían a los vándalos a pasar a África. A cambio de este servicio reciben tierras en el sur de la Galia, donde establecen un reino con capital en Toulouse.
      Existía, además, en Hispania un fuerte malestar social, pues con frecuencia bandas de esclavos fugitivos, ladrones, colonos pobres y desertores, llamados bagaudas («bandidos» en celta), saqueaban las tierras. Los bárbaros se aprovecharon de estas bandas para consolidar su propia posición.
      La caída del Imperio Romano de Occidente el 476, crea un vacío de poder en la Península que es aprovechado por los visigodos para extenderse por ella.

8.- LA HISPANIA VISIGODA

8.1.- EL REINO VISIGODO DE TOLEDO
       La ocupación de la península por los visigodos señala el inicio de la Edad Media en España. Esta conquista, sin embargo, fue progresiva:
      - En una primera etapa (416-507, Reino de Tolosa) acabaron con los alanos y obligaron a los vándalos a emigrar al norte de África, donde crearon un reino que controló durante algún tiempo varias islas del mar Mediterráneo occidental, incluyendo las islas Baleares. De manera gradual, los visigodos aprove­charon la división del Imperio romano para entrar en la península. Pese a todo, las zonas menos romanizadas de España permanecieron fuera de su control: los suevos quedaron recluidos en el noroeste peninsular, entre el río Tajo y la costa cantábrica, mientras que los pueblos montañeses del norte peninsular (lo que hoy son Cantabria y el País Vasco) quedaron prácticamente independientes.
      La aparición en el norte de las Galias del reino franco, también bárbaro, terminó por desplazar a los visigodos hacia la península ibérica: en el año 507, los francos derrotaron a los visigodos en Vouillé, cerca de Poitiers (Francia). Como consecuencia, el reino de Tolosa se derrumbó.
      - En una segunda etapa se creó el reino visigodo de Toledo (507-569).
      Los visigodos eligieron esta ciudad por su posición estratégica para controlar todo el territorio. Aprovechando una guerra civil en el Imperio romano de Oriente (también llamado Imperio bizantino), ocuparon la costa peninsular desde Cádiz hasta Valencia, incluidas las Baleares, tras destruir el reino vándalo del norte de África.
      - En una tercera etapa, el reino de Toledo (569-711) consolidó su dominio total de la península. El principal impulsor de esta consolidación fue el rey Leovigildo, que conquistó el reino suevo del noroeste (585). Sus sucesores sometieron los enclaves costeros del sur peninsular ocupados por los bizantinos. Con el rey Suintila (625), toda la península quedó en manos visigodas. Sin embargo, las campañas contra los pueblos montañeses (astures, cántabros y vascones) fueron casi constantes en este período. Las islas Baleares quedaron ahora fuera del control visigodo.

8.2.- LA UNIDAD TERRITORIAL, RELIGIOSA Y JURÍDICA
      Con el fin de consolidar su reino, los visigodos se propusieron controlar todo el espacio peninsular, lo que les llevó a enfrentarse tanto a suevos y bizantinos, como a los pueblos del área cántabra. La desaparición del reino suevo fue obra de Leovigildo en el 585, quien también dominó a cántabros y vascones. La recuperación del territorio ocupado por los bizantinos culminó en tiempos de Suintila (628).
      Tan importante como la unificación territorial fue la unidad cultural. Al principio hubo una clara diferenciación cultural entre la minoría dominante visigoda y la mayoría hispanorromana, pero al final se produjo la integración ya que los vencedores, pueblos bárbaros y con escasa tradición cultural, quedaron subyugados por la superior cultura de los hispanorromanos, adoptando sus costumbres, sus leyes, su administración, su lengua y su arte.
      La unidad religiosa no llegaría hasta los tiempos de Recaredo. Los visigodos eran arrianos (herejía predicada por Arrio en el año 320 que negaba la naturaleza divina de Jesucristo y fue condenada en el concilio de Nicea del 325), mientras que los hispanorromanos eran cristianos. Al no conseguir atraer al arrianismo a la población mayoritaria, Recaredo se convirtió al catolicismo en el III Concilio de Toledo, del 589, más como medida política que religiosa. De este modo la monarquía consiguió el apoyo tanto de la aristocracia hispanorromana, como de la Iglesia Católica. A partir de este momento, los Concilios de Toledo, integraron al rey, la nobleza y la Iglesia y tuvieron carácter de asamblea legislativa, convocándose para resolver asuntos que afectaban a la monarquía.
      El reino de Toledo también promovió una serie de iniciativas legislativas encaminadas a crear un Estado basado en el derecho romano, con algunas aportaciones visigodas, y a reforzar y legitimar la autoridad monárquica. Este Estado debía ser obedecido y respetado tanto por los subditos godos (una minoría exigua compuesta por algo más de 100 000 personas) como por los hispanorromanos, especialmente por los aristócratas de ambos grupos. Para culminar la fusión de las poblaciones visigoda e hispanorromana era necesario realizar la unificación jurídica, llevada a cabo por Recesvinto en el 654. Promulgó el código llamado Liber Iudiciorum, que recogió en  buena parte el derecho romano, haciendo desaparecer las diferencias legislativas entre godos e hispanorromanos.

8.3.- INSTITUCIONES POLÍTICAS Y ADMINISTRACIÓN TERRITORIAL
      La monarquía padeció una gran inestabilidad. Los reyes se esforzaron por consolidar su poder sobre la nobleza. Trataron de imponer la sucesión por herencia, de tal modo que el heredero pasaba a compartir la autoridad regia con su antecesor en vida de éste. Desde el IV Concilio de Toledo (633) se dictaminó el sistema de monarquía electiva, en la cual el rey debía ser elegido tanto por los nobles, según la tradición germánica, como por los obispos. Tras la elección, ambos (nobles y obispos) juraban fidelidad al rey. Los concilios se convirtieron en asambleas del Estado, además de órganos de disciplina religiosa y moral.
      En cuanto a la administración territorial, los visigodos respetaron la división provincial romana del Bajo Imperio en cinco grandes provincias, que pasaron a llamarse ducados, por tener al frente un gobernador denominado dux o duque, con amplias funciones civiles y militares. Posteriormente dentro del marco de la provincia, se establecieron nuevas circunscripciones más pequeñas, los territorios, bajo la autoridad de un conde o un juez.

8.4.- SOCIEDAD Y ECONOMÍA
      En el plano social se reforzaron las relaciones de tipo personal, pues a las relaciones de dependencia de origen romano se añadió la costumbre germánica de fidelidad del guerrero a su jefe. Se originó una situación que podría denominarse de prefeudalismo, con la vinculación de los hombres libres a un poderoso señor, del que recibían protección y tierras a cambio de un compromiso de fidelidad y obediencia.
      En la economía se acentúan las tendencias iniciadas en el Bajo Imperio: ruralización, latifundismo y economía cerrada, orientada al autoabastecimiento. Predomina la agricultura, que continua con la triada mediterránea y la ganadería, que sigue siendo lanar y trashumante. El comercio sufre un considerable retroceso debido a la escasez de excedentes y a la decadencia de las ciudades.

8.5.- LA INESTABILIDAD Y EL FIN DE LA MONARQUÍA VISIGODA
      El carácter electivo y no hereditario de la monarquía visigoda propició una constante inestabilidad: más de la mitad de los reyes visigodos fueron asesinados o depuestos violentamente. Las luchas por el poder entre los nobles, las intrigas y asesinatos debilitaron el reino.
      El último intento por someter a la aristocracia y convertir a la Iglesia en un órgano administrativo dócil fue protagonizado por Chindasvinto (642-653) y por su hijo Recesvinto (653-672), con el fin de crear un Estado centralizado y sacralizado, en el que el rey era un vicario de Dios en la tierra, y apoyado en una aristocracia fiel,
      Sin embargo, el reino visigodo se asentaba sobre una sociedad profundamente ruralizada, basada en un grupo social dominante (civil y eclesiástico) latifundista, del que dependía un elevado número de campesinos. Estos estaban unidos a los señores por lazos económicos, pero también por vínculos de dependencia y fidelidad.
      La economía estaba claramente en recesión; además, a principios del siglo VIII se registró un aumento de la conflictividad social: proliferaron las bandas de esclavos fugitivos, estallaron epidemias y se produjeron malas cosechas que ocasionaron hambrunas. A ello hubo que añadir las cruentas persecuciones contra algunas minorías, como los judíos.
      En este contexto, la irrupción en el Mediterráneo del islam, que había ocupado el norte de África, amenazaba seriamente a un reino en crisis que se había convertido en una presa fácil.
      Al morir el rey Witiza en el 710, sus partidarios quisieron elegir como rey a su hijo Agila, oponiéndose al nombramiento de Rodrigo apoyado por la nobleza y el clero, estallando una guerra civil. Aprovechando estas luchas nobiliarias por el trono, los musulmanes, que habían llegado desde Arabia hasta el Estrecho de Gibraltar, pasaron a la Península ante la solicitud de ayuda de los witizanos, derrotando en el 711 a Rodrigo en la batalla de Guadalete, poniendo fin a la monarquía visigoda en Hispania.

8.6. – BALANCE CULTURAL
      El Estado visigodo, como continuador de la tradición latina e imperial romana, dejó un notable legado cultural en la península. Entre los escritores y pensadores de la Hispania visigoda que emplearon el latín destacaron los eclesiásticos, que controlaban la cultura y la enseñanza de las letras.
      Entre ellos, la figura más importante fue la de Isidoro de Sevilla (560-636), autor de varios libros y biografías relativas a la monarquía visigoda y particularmente conocido por sus Etimologías, una recopilación enciclopédica de todas las ramas del saber de la época que tuvo una enorme repercusión en la Europa medieval posterior.
      El arte visigodo constituye también un ejemplo destacado del arte prerro-mánico europeo. En arquitectura sobresalen las pequeñas iglesias rurales del siglo VII, como las de San Juan de Baños (Falencia), San Pedro de la Nave (Zamora) y Quintanilla de las Viñas (Burgos). Todas ellas son ejemplos de la transición de las basílicas paleocristianas (iglesias del cristianismo primitivo) a las iglesias románicas posteriores. Son característicos de estos edificios el arco de herradura y los capiteles tallados con escenas bíblicas. También sobresale la orfebrería, con piezas magníficas como las coronas votivas de influencia bizantina del Tesoro de Guarrazar (Toledo) del siglo VII.

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